XIII: La llegada del aventurero

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Dédam era un típico poblado rural, con caminos de tierra y largas jornadas laborales, donde todos los lugareños se conocían entre sí. Por eso no había tardado en correr la noticia de que en casa de Pery el herrero estaba viviendo su sobrino, quien había llegado desde el reino vecino de Catalsia. No se sabía muy bien cuál era la historia del muchacho ni los motivos que lo habían conducido hasta allí, pero eso no importaba demasiado. La gente de Dédam era reservada y por lo general no se inmiscuía en asuntos ajenos. Winger podía quedarse tranquilo, pues nadie le preguntaría acerca de su penoso pasado.

Habían transcurrido varias semanas desde su llegada al poblado y de inmediato se había puesto a colaborar con las tareas de la herrería. Cada mañana iba con Soria hasta el arroyo a buscar agua, luego cortaban leña, que era el alimento de la forja, y por las tardes repartían los trabajos terminados. En cuanto a Pericles, estaba admirado por las habilidades mágicas de Winger y no dejaba de sorprenderse cada vez que su sobrino empleaba algún conjuro para ayudarlo a calentar los metales con sutileza y precisión. El herrero le aseguraba todo el tiempo que llegaría a ser un gran mago de fuego.

—¡Cerín te protege, hijo! A pesar de todo lo ocurrido, la diosa te quiere.

La tranquila aunque laboriosa vida en Dédam hacía que Winger olvidase por momentos todos los problemas en los que se había visto envuelto apenas un tiempo atrás. Por otra parte, extrañaba sus días en ciudad Doovati, a sus amigos y las mañanas en la Academia, al señor Grippe y su restaurante. Pero por sobre todas las cosas, echaba de menos a Rupel y sus lecciones. El último hechizo que ella le había enseñado fue el Meteoro, gracias al cual consiguió salvar su vida, a pesar de las otras nefastas consecuencias. Esperaba poder agradecérselo algún día. Esperaba volver a verla algún día.

—¡Deliciosa cena, Soria!

—¡Muchas gracias, Winger!

Los marlos desgranados eran el único resto de la comida que se había disfrutado en la casa del herrero. Soria recogió los platos con agilidad y los llevó a fregadero mientras tarareaba una alegre melodía.

—Esta vez te has superado, hijita —dijo Pery, desparramado sobre su silla con el estómago hinchado—. Supongo que se debe a que hoy es luna llena, ¿cierto?

La chica soltó una risita y siguió cantando con alegría.

—¿Qué es lo que ocurre en luna llena? —quiso saber Winger, quien también había notado que Soria estaba más animada que de costumbre.

—Simplemente es que Soria adora estas noches —le explico su tío.

—Siempre salgo a caminar cuando hay luna llena —dijo ella con una voz muy dulce—. ¡Es preciosa! Y hoy serás mi acompañante, Winger.

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El paisaje era claro y brillante bajo la luz de la exquisita luna llena, y el cielo despejado invitaba a los paseantes a detenerse y contemplar todo su esplendor. Soria tarareaba la misma melodía mientras avanzaba con paso jovial, casi como si estuviera bailando. De vez en cuando se elevaba del suelo y daba una vuelta completa en el aire para luego continuar con su marcha rítmica.

—¡Cuéntame más acerca de Rupel! —insistió Soria—. ¿Es muy bonita? 

—Pues... sí, ella es muy hermosa —admitió Winger con timidez.

Él y Soria pasaban muchas horas de trabajo juntos, por lo que ya conversaban como buenos amigos. Inevitablemente, en alguno de los tantos viajes al arroyo había surgido el tema de la pelirroja que tanto lo había ayudado.

—¿Estás enamorado de tu maestra, Winger?

—¡¿Qué?! ¡No digas eso! Ella solo...

—¡La amas, la amas! —Soria canturreaba mientras daba vueltas en el aire sin dejar de reír.

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