XIV: Noticias desde Catalsia

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Después de los acontecimientos de la noche anterior, Winger hubiese preferido seguir durmiendo un par de horas más aquella mañana. Pero, evidentemente, eso sería imposible con el incesante martilleo de tío Pery.

«Es un despertador infalible», se dijo mientras salía de la cama y se preparaba para bajar a la herrería. Entre golpe y golpe podía escuchar a Soria conversando con algún cliente madrugador. Salió al patio trasero justo cuando su tío sumergía un ardiente trozo de metal en uno de los barriles con agua, elevándose una espesa nube de vapor.

—¿Qué tal lo ves, Winger? —le preguntó el herrero con la misma expresión audaz que adoptaba cada vez que terminaba una pieza.

Winger admiró el noble escudo, digno del renombre que Pericles se había ganado.

—Grandioso, tío.

—Espero que así sea. ¡Demián! Ven a ver cómo ha quedado.

El sujeto que conversaba con Soria se dio vuelta. Efectivamente, se trataba del mismo Demián que Winger había conocido la noche anterior.

«No pierde el tiempo», pensó Winger, riendo por dentro.

Soria voló a saludar a su primo y luego se arrimó a su padre. Demián también se acercó a la mesa de trabajo, y al pasar junto a Winger intercambiaron una mirada sin decirse nada. El guerrero inspeccionó minuciosamente su escudo, detalle por detalle, mientras el herrero aguardaba en silencio el veredicto.

—Perfecto como de costumbre, Pery. Muchas gracias.

—Solo cumplo con mi deber —dijo el herrero con modestia—. Esta vez estaba bastante dañado. ¿Con qué monstruo te topaste en este viaje?

—Fueron varios, en realidad —comentó el muchacho, no sin un dejo de orgullo—. Pero al más temible de todos lo he enfrentado anoche: un sujeto que casi derrite mi escudo con su calor. —Dirigió hacia Winger una sonrisa cómplice.

—Vaya, debe haber sido uno terrible —murmuró Soria—. ¡Por cierto! Demián, este es mi primo Winger. Vive con nosotros desde hace un par de semanas.

—No hace falta que nos presentes, Soria. Nos conocimos anoche...

Demián ni siquiera se había detenido a medir sus palabras, pues tardó unos cuantos segundos en comprender las miradas inquisitivas del herrero y su hija. Winger se llevó una mano al rostro; no podía creer que Demián fuese tan torpe.

—¿Se conocieron anoche? —repitió Soria, desorientada—. Y tú, Winger, ¿por qué tienes ese golpe tan feo en la frente?

—¡¡Yo...!! ¡¡No es que lo haya hecho a propósito...!! —Totalmente pálido, Demián farfullaba lo primero que se le venía a la cabeza—. ¡¡En verdad fue un error...!! ¡¡Yo...!! ¡¡Él...!!

—¿Recuerdan al sujeto de la máscara de cerdo? —intervino Winger para intentar salvar la situación—. Anoche volvió a aparecer, pero Demián llegó en ese momento y se deshizo de él.

—Pues has tenido mucha suerte, hijo. Demián es un aventurero que ha viajado por muchos lugares, y también es un luchador excepcional.

—¡Ajajaja! ¡No exageres, Pery, no es para tanto! —soltó Demián, aún nervioso y con una risa extraña; se había salvado por un pelo.

—Pero lo que me resulta llamativo es que ese tipo de la máscara haya vuelto por ti —continuó el herrero.

—A mí también —coincidió Winger—. Y lo más extraño de todo es que sabía mi nombre. Creo que alguien lo ha enviado a buscarme.

Ese detalle había atrapado poderosamente la atención del mago, justo antes de la aparición de Demián. ¿De qué otro modo podía Babirusa haber sabido cómo se llamaba?

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