XXX: Regreso a ciudad Doovati

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Era pasada la medianoche. Las calles de Doovati estaban serenas y vacías, y solo se escuchaban los ladridos de un par de perros a la distancia. Todos sus empleados ya se habían marchado y él estaba cerrando la puerta principal del restaurante. Le gustaba ocuparse personalmente de ese tipo de cosas; no fuera que, por un descuido, alguien dejara la puerta sin llave y ocurriera cualquier infortunio. Trabó bien el quinto candado y cruzó la calle. Desde la vereda de enfrente admiró el nuevo y majestuoso letrero de "El Buen Provecho". El señor Grippe soltó un largo suspiro lleno de orgullo y echó a andar por las silenciosas calles.

Caminaba tranquilo, con la mente distraída y tarareando una canción cuyo nombre no recordaba, cuando unos brazos muy bruscos lo tomaron por los hombros y arrastraron a las profundidades de un oscuro callejón. Trató de gritar del espanto, pero una mano como de oso le tapaba la boca. Sus ojos giraban desorbitados mirando alrededor. Tardó unos segundos en acostumbrarse a la penumbra, y entonces se vio rodeado por un grupo bastante heterogéneo: un muchacho con túnica de mago, otro que parecía más bien un guerrero, una chica que flotaba en el aire y... ¿Winger?

—¡¡Mmmhhmmm!!

El señor Grippe comenzó a patalear con mayor desesperación, pero su captor era un hombre fuerte que lo sujetaba con firmeza. Cuando al fin dejó de sacudirse con tanta energía, Winger se acercó con cautela y le habló en un susurro:

—Señor Grippe, en verdad lo siento. Le juro que no vamos a hacerle daño. Sé que no cuento con mucha estima en esta ciudad pero, créame, todo ha sido un error y ahora necesito su ayuda. Por favor, tranquilo.

Su antiguo jefe asintió con la cabeza.

Pero apenas pudo hablar...

—¡¡WINNNNNNNG..!!

Intentó gritar de nuevo, pero Pericles volvió a taparle la boca mientras luchaba por su liberación.

Así estuvieron un buen rato hasta que al fin el pobre hombre se calmó. Apenas el herrero le sacó los brazos de encima, el dueño del restaurante se apartó de un salto y le dirigió una mirada reprobatoria.

—Qué manera de tratar a los amigos, Winger —dijo muy ofendido mientras se acomodaba el traje arrugado—. ¿Y quiénes son estas personas tan extrañas?

—Ellos también son mis amigos —le explicó el muchacho con una tímida sonrisa.

—Disculpen, ¿podemos dejar la presentación para después? —intervino Mikán—. Los guardias podrían aparecer en cualquier momento.

—Es cierto —asintió Winger—. Señor Grippe, ¿podríamos ir a su casa?

Al señor Grippe esa idea no le simpatizó en absoluto. Pero viendo que no tenía más opción que aceptar, los fue guiando discretamente por las calles de ciudad Doovati rumbo a su hogar.

Por el camino, varias veces debieron eludir a centinelas armados con ballestas encantadas capaces de disparar Flechas de Fuego. Demián estaba convencido de poder encargarse de ellos, pero Winger no quería más problemas en esa ciudad. Solo debían rescatar a Rupel y seguir hacia Pillón lo más pronto posible.

Claro que era más fácil decirlo que hacerlo. Les había costado cinco días llegar hasta ciudad Doovati, pues habían tenido que evitar la carretera principal para no ser descubiertos, con frecuencia avanzando solo por las noches. Peor era lo que les aguardaba a continuación. Si lo que Caspión había dicho era cierto, ¿cómo lograrían llegar hasta las mazmorras del palacio para salvar a la pelirroja? Habían discutido el asunto durante todo el trayecto, y sin embargo solo se habían puesto de acuerdo en un punto: los cinco juntos jamás podrían ingresar al palacio sin ser vistos. Fue por eso que Winger y Demián se ofrecieron para ser los intérpretes de la hazaña.

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