XXIII: ¡Abre los ojos!

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«¿Dónde demonios estoy?», se preguntó Demián mientras caminaba por un angosto pasadizo de piedra. Las paredes eran de un peculiar color rojo, el suelo estaba cubierto por agua pantanosa y un calor asfixiante inundaba el ambiente.

«Este debe ser el peor lugar del mundo.»

El pasillo parecía no tener fin y, de vez en cuando, daba la impresión de estarse moviendo. Restándole importancia, él seguía avanzando.

Las paredes se fueron volviendo cada vez más húmedas y pegajosas, hasta que llegó un momento en que parecieron estar hechas de carne. De carne viva.

Y al fin logró ver luz: ¡era la boca del túnel! Una boca con... ¿dientes? Un intenso calor seguido de olor a humo llegó repentinamente desde atrás. Apenas tuvo tiempo de voltear cuando vio que una enorme llamarada se le acercaba con velocidad. Corrió desesperado, buscando la salida. Las llamas estaban a punto de alcanzarlo...

Demián saltó a través de la abertura. Una vez a salvo y en el suelo, se percató con espanto de que acababa de salir de las fauces de un inmenso dragón.

¡De un dragón con el rostro de Mikán!

A los pies del monstruo, encadenada, yacía Soria. Enfurecido, Demián sacó su espada para atacar a la criatura. Entonces se dio cuenta de que no era Blásteroy, sino más bien Gluomo, a quien tenía agarrado por la cola.

—Lo lamento, señor Demián, pero el señor Mikán y yo tenemos que matarlo.

Demián estrujó a Gluomo hasta desinflarlo, haciéndolo escupir ahora sí su reluciente espada. Se preparaba para atacar al dragón cuando una voz llegó desde sus espaldas. Era Winger.

—¡Demián! —le sonrió con perversidad—. ¡Esto podría ayudarte!

El mago disparó su Meteoro y le dio de lleno en el cuerpo. ¡Ahora estaba ardiendo! ¡Estaba envuelto en una enorme bola de fuego! Mientras corría de un lado a otro tratando de librarse de las llamas, oyó la voz de Soria que le decía:

—Tal vez esto sí te ayude.

Entonces una lluvia de sangre de dragón le cayó encima. Hubiese preferido seguir envuelto en llamas: la sangre le corroía la piel como el ácido más poderoso, y además estaba abriendo un agujero en el suelo. De pronto se encontró cayendo por un túnel oscuro y profundo.

Con un golpe seco, aterrizó de pie sobre la alfombra del hall de la mansión de Gasky. El anciano en persona se encontraba allí y lo contemplaba con una sonrisa sospechosa.

—Ya he ideado el próximo paso de nuestro plan —le dijo con ojos diabólicos—: ¡Irás con ella!

—¡¡NO!!

Demián gritó desesperado, pero ya se encontraba viajando en un veloz torbellino que lo condujo hasta una aldea cercada con altos tabiques de madera. Se trataba de un fuerte, y las copas de los cerezos azules alcanzaban a divisarse más allá de la muralla. Él conocía demasiado bien ese lugar...

—Demián... —lo llamó una muchacha con dulzura.

Lucía un bello vestido de novia, de color blanco, con el típico diseño de los ropajes ceremoniales de la zona oriental del continente de Lucrosha. Su rostro no llegaba a distinguirse bajo el velo de tul, pero Demián sabía perfectamente quién era.

—Escucha... —comenzó a decir con un tono conciliador.

—¡Y una mierda! —estalló ella de golpe, señalándolo con indignación—. ¡Devuélveme lo que es mío, maldito ladrón!

—¡No hay nada que yo tenga que devolverte, traidora!

Y sin detenerse a pensarlo, Demián se lanzó sobre la muchacha blandiendo su espada. Una estocada certera bastó para atravesar el delicado vestido de la novia, quien se esfumó en una silenciosa explosión de pétalos azules.

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