X: El secreto de Rupel

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El mercado de alimentos de ciudad Doovati era un lugar muy activo, colmado de puestos con toda clase de vegetales, carnes y especias traídos desde los lugares más distantes del continente, donde los entusiasmados compradores competían entre sí para trabar los mejores acuerdos. Al parecer, el dueño de "El Buen Provecho" era uno de los combatientes más aguerridos, pues siempre conseguía aquella mercadería sobre la que sus ojos se posaran, y bajo sus propias condiciones. Obviamente, pensó Winger, su jefe no era el dueño de un exitoso restaurante por casualidad.

—Verás, muchacho, el mercado es un verdadero campo de batalla —dijo el señor Grippe con aire de experto—: uno ha de llegar temprano y tener la convicción de que serán sus reglas las que se impongan; no se debe vacilar ni un instante y, lo más importante, hay que tener buen ojo para elegir siempre el mejor producto.

—Parece que todo esto lo apasiona —comentó Winger.

—No lo dudes, hijo —asintió el señor Grippe, muy serio—. Antes que nada, está el cliente. Por eso me gusta probar toda la mercadería yo mismo. Es la única forma de saber qué es lo que realmente ofrezco en mi humilde fonda.

Todos los años, luego del Combate de Exhibición, la Academia entraba en un receso que duraba dos semanas. Por eso Winger había podido acompañar a su jefe al mercado esa mañana invernal. Gritos, mugidos y cacareos se mezclaban en las pequeñas y desbordadas callejuelas. De vez en cuando el señor Grippe se detenía a discutir con algún vendedor y Winger tomaba nota de todas las transacciones y acuerdos realizados. Luego aquel regateaba la fruta más deliciosa y se la ofrecía a su ayudante como recompensa.

Cerca del mediodía encontraron un banco vacío en una plazoleta y decidieron sentarse a descansar. Los mercaderes continuaban pujando con sus clientes, pero el movimiento había amainado; desde lejos llegaba el balido de una cabra perdida y las voces de dos niños que jugaban con un perro.

—Vaya, ha sido una mañana muy laboriosa —exhaló el señor Grippe mientras se secaba el sudor de la frente con un pañuelo. De pronto se acercó a Winger con un aire misterioso—. Por cierto, ya he averiguado lo que me habías pedido. Acerca de esa chica que trabaja en la tienda de capas.

—¿De verdad? —Winger ya se había olvidado de ese tema.

—Así es —corroboró el padre de Markus sin abandonar la actitud detectivesca—. Su nombre es Rupel y solo hace un par de meses que trabaja en ese lugar. Cuando llegó a la ciudad, aclaró que estaba de paso y que necesitaba un empleo pasajero. Pero no se sabe de dónde proviene. Cumple con las tareas que le son encomendadas, habla poco, sonríe mucho, y eso es todo lo que he podido averiguar. Ahora dime, ¿por qué querías que investigue a esta chica? ¿Acaso es tu amiga?

—Se puede decir que sí. Acerca de eso, señor Grippe...

—Tío Grippe, Winger, tío Grippe.

—Tío Grippe... ¿Cree que una de estas noches podría ir cenar a su restaurante? Se lo pagaré, no se preocupe.

Hacía un par de semanas que una idea rondaba por la cabeza de Winger, y pensó que ese era buen momento para llevarla a cabo.

—Será un honor abrirle las puertas a un amigo —asintió el señor Grippe con una sonrisa amable—. Pero cuéntame, ¿es por algo en especial? ¿Alguno de nuestros platillos, tal vez?

—En realidad, es justamente para invitar a esta amiga mía...

El rostro del señor Grippe se iluminó con emoción ante esas últimas palabras. El hombre del mostacho se puso de pie de un salto, levantó las manos abiertas al cielo y gritó:

—¡OOOHHH! ¡EL AMOR DE LOS JÓVENES!

Todo el mundo en el mercado volteó para ver qué había sido esa apasionada exclamación.

EtérranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora