XXXII: El aniversario del rey Dolpan

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Pómulos rosados, párpados con sombra azul, pestañas postizas y labios de un rojo muy intenso. Demián contemplaba horrorizado aquella imagen maquillada que el espejo le devolvía.

—No puede ser... No puede ser, no puede ser, no puede ser... —balbuceaba sin cesar—. ¿Cómo fue que acepté esto?

Sentado a su lado, Winger se divertía con los lastimosos comentarios de su amigo, aunque la voluminosa peluca que él tenía puesta, rubia y enrulada, tampoco lo favorecía demasiado.

Afuera el sol se hundía en el horizonte; faltaba poco para el inicio de los festejos por el aniversario del rey. Había llegado la hora de poner en marcha el plan de rescate ideado por Markus.

—El honor de un guerrero es algo sagrado... ¿Qué dirían los grandes héroes del pasado? ¿Eh, qué pensarían? —seguía lamentándose Demián, sin poder creer lo que sus embelesados ojos veían.

—¿Quieres callarte de una vez? —le increpó Mikán, quien luchaba tratando de ajustarle el corsé.

—Es una suerte que mamá esté en ciudad Margot visitando a sus primas —comentó Markus mientras le alcanzaba a Winger un vestido anaranjado lleno de lentejuelas—. Se volvería loca si se enterara que estamos usando sus vestidos.

—Sí, es toda una suerte... —murmuró Demián con sarcasmo—. ¡Ay! ¡Ten más cuidado con eso!

—¡Perdóneme, señor delicado! —exclamó Mikán, fastidiado—. ¿Cómo quieres que te entre el vestido si además llevas escondida tu espada?

Los cuatro muchachos se hallaban en el vestidor de la señora Eloísa, la madre de Markus, quien tenía tres roperos repletos de vestidos, zapatos, pelucas y accesorios, todo un arsenal colorido y exuberante, perfecto para la misión que tenían por delante.

 Mikán esquivó un puñetazo que Demián le arrojó al pincharlo por accidente con un alfiler; la señora Eloísa no era precisamente delgada, por lo que esos vestidos necesitaban un par de retoques.

—Markus, ¿cuántas personas habrá hoy en la celebración? —indagó Winger mientras elegía algún sombrero que hiciera juego con su peluca.

—¡Toda la ciudad estará ahí! Hoy hablé con Zack y June, ellos irán con sus padres. Y por supuesto que Lara y Rowen también; su padre es uno de los concejales más importantes del rey.

Winger recordaba bien el semblante austero del señor Greyhall, su mirada penetrante y su fino bigote rojizo. También se le vino a la mente la acusación de posible terrorista que el padre de los mellizos le había obsequiado el día del pleito con Rowen. Era irónico: en cierta forma, aquel hombre había tenido razón al querer someterlo a un exhaustivo interrogatorio.

—¡Ay! ¿Quieres parar de una vez con esos alfileres del demonio? —protestó Demián—. No tienes idea de cómo se hace.

—Ya me tienes harto —le espetó Mikán—. Si no te quejaras por todo, sería mucho más fácil.

—¡Y lo cierto es que este vestido no me gusta! ¡Me hace más gordo! A ver, pásame de nuevo el fucsia...

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Mientras tanto, en la sala de estar, el dueño de casa compartía una copa con su huésped el herrero de Dédam. Ellos también tenían camino por recorrer esa noche, y lo mejor era intentar relajarse un poco antes de partir.

—Bien, repasemos el plan una vez más —propuso el señor Grippe, paseándose inquieto por la habitación—. Mientras Winger y Demián están en el palacio, nosotros viajaremos hacia la frontera con Pillón.

Pericles y Soria asintieron.

—Usted nos llevará hasta allí y nosotros iremos escondidos en la caja de su diligencia de repartos —agregó la muchacha.

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