XII: Camino a Dédam

4.9K 414 177
                                    

Al este de las tierras de Catalsia se extiende un reino llamado Lucerna. Con interminables praderas en el oeste, imponentes montañas en el norte, fértiles valles en el sur y una amplia costa marítima en el este, el vasto territorio de Lucerna resulta ser uno de los más prósperos de todo el continente. Su capital es Miseto, una importante ciudad-puerto que mira hacia el océano y abre sus puertas al intercambio comercial con los cuatro rincones del mundo.

Dédam es uno de los tantos poblados desperdigados por las praderas de Lucerna, conocido por ser el asentamiento más cercano a la frontera con Catalsia y el hogar de un herrero de renombre llamado Pericles. Sujeto enorme y de piel morena, con una gran fortaleza física y espiritual, Pericles ha forjado algunos de los más importantes instrumentos de combate de las últimas dos décadas.

Y fue justamente hacia la residencia de este hombre, el hermano de su tía Bell, que el ahora prófugo aprendiz de mago decidió encaminarse esa trágica y confusa noche en que volvió a perderlo todo.

«Caminar...»

«Caminar y llegar a casa de tío Pery...»

Winger se hallaba muy exhausto tras haber viajado durante toda una noche y todo un día. No podía arriesgarse a ser descubierto por los soldados de Catalsia; tenía que cruzar el río Lycaia lo antes posible.

«Ya no puede estar muy lejos...»

Hambriento, con sueño, dolorido aún por los golpes y caídas sufridos durante el enfrentamiento contra Mirtel y Rapaz y, por sobre todas las cosas, indignado por la injusticia cometida en su contra, Winger trataba de pensar solo en su objetivo.

«Tengo que llegar a la herrería de tío Pery...»

«Necesito dejar atrás toda mi miserable vida...»

Se repetía sin cesar esos mandatos imperativos, pero los recuerdos invadían como langostas los campos de su mente. Su cuerpo cada vez  respondía menos, pero detenerse no era una opción.

«"Mataste a Rapaz y a Mirtel..."»

Las palabras de Jessio todavía resonaban en su cabeza, una y otra vez, arrastrándolo de nuevo a los sucesos de la noche anterior.

«El fuego...»

«Otra vez, el fuego...»

—¡Pero esta vez no fue mi culpa!

Mirtel y Rapaz estaban tramando un atentado contra el rey y Winger los había descubierto. Ellos lo atacaron, por lo que él tuvo que defenderse.

«¿Qué otra cosa podía hacer?»

—¡Debería ser un héroe! ¡No un criminal y un prófugo!

Lágrimas de rabia e impotencia brotaron otra vez. Pero no podía detenerse. Tenía que llegar a la frontera.

—————

Al mediodía de su segundo día de viaje, Winger finalmente arribó al río Lycaia, límite entre ambos reinos. Se sintió aliviado al ver que el vigía del puente, un anciano diminuto, dormía apaciblemente en su puesto de vigilancia, pues así evitaría cualquier tipo de altercado. De todas formas, pensó, ¿y qué si había algún problema? Él era un fugitivo e iba a cruzar por allí de una manera u otra.

«Y si el viejo se resiste, lo mato con mi Meteoro», se dijo con sarcasmo.

Caída la noche, ya en tierras extranjeras y sin la preocupación de ser capturado, se detuvo en un estanque a beber un poco de agua y acabó quedándose dormido sobre el tupido suelo de tréboles.

—————

Tercer día de travesía. ¿Cuánto había caminado ya? Tenía las piernas entumecidas a causa de la fatiga, pero ahora era el hambre lo que lo obligaba a seguir. En la prisa por huir de Doovati, tuvo que dejar todas sus cosas en el cuarto de la pensión. No tenía dinero, ni un bolso, ni el libro de Waldorf. Solo su capa roja. Se preguntó a cuánta distancia estaría de Dédam, y cómo se encontraría su tío Pery. ¿Podría reconocerlo cuando llegara allí? No lo veía desde los tres años y solo sabía que era un herrero que siempre estaba ocupado. ¿Con qué cara iba a presentarse?

EtérranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora