I: La llegada de Winger

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Aunque prestigiosa, la Academia de Magia de ciudad Doovati era una institución pequeña. Por eso no tardó en correrse la voz acerca del joven con ropas de campesino que acababa de entrevistarse con el maestro. Esa misma mañana, en el sendero de sauces que unía la Academia con la zona residencial de la ciudad, Winger recibió su rito de iniciación. Consistió en un violento torbellino de tierra y polvo.

-¿Crees que puedes llegar aquí y ser aceptado por Jessio de buenas a primeras, forastero? -le espetó el muchacho corpulento que lo había atrapado dentro de una densa ráfaga de viento.

Un grupo de aprendices se había reunido en torno a ellos dos. Algunos celebraban el ritual de humillación con risas; otros guardaban silencio, temerosos del muchacho de los remolinos de tierra.

-Por cierto, aún no me has preguntado mi nombre -dijo el pendenciero con una sonrisa maliciosa-. ¿Esos son los modales que se enseñan en el campo?

El viento sopló con fuerza, y la tierra levantada obligó a Winger a cubrirse el rostro con un brazo. Quiso responder, pero el polvo lo estaba haciendo toser.

-Muy bien, te lo diré: ¡Mi nombre es Rowen, y no permitiré que escorias como tú pisen el suelo de nuestra Academia! -Dirigió con fiereza un brazo hacia delante y pronunció el nombre del conjuro-: ¡Asfixión!

Los remolinos envolvieron a Winger. Sintió el polvo que se abría paso a través de sus fosas nasales, directo hacia su garganta, cortándole la respiración. Comenzaba a ahogarse cuando alguien más activó un conjuro:

-¡Hidro-Cápsula!

Una esfera de agua impactó contra el rostro de Rowen, haciéndole perder la concentración. Las ráfagas se disolvieron y Winger cayó exhausto al suelo. La multitud de aprendices se echó hacia atrás al ver a la muchacha que acababa de desafiar al pendenciero.

-Markus, ayúdalo -dijo ella sin dejar de estudiar los movimientos de Rowen.

El joven regordete y con gafas que venía con ella asintió y se acercó de inmediato a Winger.

El bravucón maldijo por lo bajo, se secó el rostro y enseguida recobró su sonrisa altanera.

-¿En verdad vas a desafiarme, hermanita? -soltó con soberbia.

-¿Alguna vez no lo he hecho? -replicó la muchacha, aún más confiada que él.

Los dos alzaron la guardia.

-¡Fuego-Ariete!

-¡Hidro-Cápsula!

Las llamas brotaron de la mano de Rowen hasta cubrirle todo el antebrazo. La muchacha envolvió su puño en una esfera de agua. Estaban listos para el choque. Los espectadores de la riña retrocedieron aún más al ver que la situación se estaba poniendo tensa. Entonces los hermanos se lanzaron al ataque, cada uno con su hechizo en alto, y al colisionar el agua contra el fuego la escena acabó en un gran estallido de vapor.

Todo el mundo se vio de repente inmerso en una húmeda nube de confusión. Entre toses y exclamaciones desconcertadas, los jóvenes aprendices huyeron presurosos del lugar; sabían que la Academia estaba cerca y que algún tutor podía llegar en cualquier momento. Rowen también aprovechó el desorden para escabullirse, no sin antes lanzar una última mirada desafiante a su hermana. Ella, por su parte, no parecía temerle en absoluto.

Para cuando el vapor desapareció, la multitud ya se había dispersado. La muchacha fue entonces a reunirse con su amigo, quien había estado todo ese rato socorriendo a Winger.

-¿Te encuentras bien? -preguntó ella con amabilidad-. Todavía tienes polvo en la nariz.

La joven tenía el cabello negro y los ojos azules, igual que su hermano, pero su mirada era gentil. Cuando se inclinó para limpiarle la nariz con la punta de su capa, el rostro de Winger se puso completamente rojo.

-Estoy bien, muchas gracias...

La muchacha lo ayudó a ponerse de pie mientras su amigo recogía el bolso de Winger para sacudirle el polvo.

-Entonces... ¿es cierto? -indagó con curiosidad el joven de gafas-. ¿Jessio te ha aceptado como su nuevo discípulo?

-Así parece. -Recordar aquello le devolvió a Winger un poco del buen humor con el que había atravesado las puertas de la Academia.

-Por cierto, aún no nos hemos presentado -dijo la joven-. Mi nombre es Lara, y él es Markus.

El chico de gafas lo saludó con una respetuosa inclinación de cabeza.

-Mi nombre es Winger -se presentó él.

El ambiente era tranquilo y agradable bajo la sombra de los sauces otoñales. La conversación se había vuelto amena, y el recién llegado se sintió muy cómodo hablando con Lara y Markus. Después de los agresivos remolinos de Rowen, ese era el tipo de recibimiento que necesitaba.

-Somos aprendices del nivel inicial, así que compartirás las lecciones con nosotros -le informó Lara cuando llegó el momento de despedirse. Antes de partir, le obsequió una cándida sonrisa-. Bienvenido a la Academia, Winger.

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Las botas de Winger no se acostumbraban a las calles adoquinadas de ciudad Doovati. Siempre habían andado por los senderos de tierra de los poblados del sur, habían pisado la suave hierba que formaba infinitos paisajes de prado verde, y se habían embarrado sobre los fértiles suelos de las huertas.

Entre inhibido y fascinado, el muchacho caminaba y lo miraba todo: los edificios de piedra de las zonas residenciales, altos, con balcones y ventanales; los escaparates vistosos de las tiendas del distrito comercial; los puestos de lona y los corrales del mercado. Pero lo que más le llamaba la atención era la gente de la capital, con sus atuendos de colores llamativos, sus gestos expresivos y exagerados, su andar siempre apurado. Era algo nuevo para él ver tantas caras desconocidas a su alrededor. En el sur las caras eran siempre las mismas, y siempre saludaban con una sonrisa al cruzarse.

Winger tuvo que dar un salto al costado cuando un cochero apresurado casi lo atropella con su carro, y de pronto se dio cuenta de que había llegado a la avenida principal. Era una calle amplia que unía el arco de entrada del pórtico sur con el sitio más importante de todo el reino: el palacio real. Permaneció unos momentos contemplando la imponente construcción que se alzaba a la distancia. Las torres circulares del palacio apuntaban hacia el cielo, como un amigo que alza la mano para saludar. Winger soltó un nostálgico suspiro y levantó la mano para devolver el saludo. A partir de ahora, este era su nuevo hogar.



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