EL CICLO DE LA PUTA RATONERA

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-¿Tu sabes que no hay manera de decirle al Profesor sobre la ruleta rusa aun, verdad?- habló Berlín mientras caminábamos juntos por la fábrica, tranquilos, como si estuviéramos dando un paseo por el parque, una vez que ya habíamos dejado a Tokio encerrada en uno de los despachos. -No nos coge las llamadas hace 22 horas.- no se distinguía preocupación en su voz ya que él confiaba plenamente en el Profesor, aunque eso no significaba que no la tenga sin demostrarlo.

-Lo sé, me dijo Nairobi- suspiré pensando en los problemas que tendríamos si el de gafas no respondiera nuestra ultima llamada. -Era para asustarla nomás- hice referencia a Tokio, recibiendo una débil risa de Berlín. -¿Tenés miedo?-

-¿De qué?- me dio una fugaz mirada.

-De que lo hayan detenido y que no podamos salir... vivos de acá- sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo el cual no pasó muy desapercibido para Andrés, que me tomó de la mano para que nos detuviéramos y me atrajo hacia él, quedando frente a frente.

-Tú tranquila que si detuvieron a Sergio, yo a ti te saco de esta fábrica aunque tenga que dejar mi vida en ello.- dijo en un susurro muy cerca de mi rostro, entrelazando nuestros dedos de ambas manos. Pero a pesar de su buena intención, no pude evitar fruncir el ceño y comenzar a negar con la cabeza.

-Vos llegas a sacrificarte para salvarme, y mi vida se va a ir en ese momento con la tuya.- dije firme, intentando evitar que mi tono sea con algo de molestia, pero como siempre, fracasando en el intento.

-Tú no puedes hacer eso, eres muy joven, no serÍa justo que mi muerte interrumpa el resto de tu vida, y aun sabiendo la enfermedad que tengo, que eso tarde o temprano ocurrirá.- separó sus dedos de los mios y llevó sus manos a cada lado de mi cara. -Debes prometerme que pase lo que pase, debes vivir...- intenté correr mi rostro pero lo sostuvo con firmeza. -Por mi...- tensó su mandíbula al mismo tiempo que sus ojos se ponían vidriosos, gesto que no tardó en aparecer en los mios, provocándome un nudo en la garganta.

Me mantuve en silencio, mirándolo, admirando cada rasgo de su perfecto rostro, sintiendo el tacto de sus manos sobre mi piel, atravesándose en mi cerebro como una película cada momento que habíamos vivido juntos, desde peleas hasta los abrazos más fuertes que me daba a escondidas del Profesor; y ahí fue cuando tuve esa sensación: una sensación de anhelo.
Anhelo de sus brazos envolviendo mi torso, de sus suaves caricias, de sus tiernas palabras, de sus "buenos días" luego de una noche juntos; anhelo de sus besos, de sentir sus labios chocar con los mios y envolverse en una danza mágica por la perfecta coordinación que teníamos. Porque asi era con él, encajábamos casi al 100% en todo, por esa razón, a pesar de las peleas, del corto tiempo que llevábamos conociéndonos, de su arrogancia, y de mis niñerías, yo aun tenia la necesidad de permanecer a su lado.

-Eretria, prométemelo- borró mis pensamientos ya que me había quedado callada mirándolo. -Prométeme que si algo me sucede no harás ninguna tontería y seguirás tu vida.-

-Sería imposible sin vos...- le respondí al borde de que se me comience a entrecortar la voz.

-Pero tú podrás, porque eres una mujer muy fuerte.- dijo serio y elevando apenas mi rostro para acercarlo al suyo. -¿Lo harás?-

-lo intentaré...-respondí entre un suspiro, pero rápidamente volvió a hablar.

-No, no lo intentaras, LO HARÁS, porque si no, no podré irme en paz y volveré cada noche a asustarte como un fantasma- ambos reímos haciendo que las lágrimas se deslicen por mis mejillas. -Ey, no llores...- me limpió suavemente mis lagrimas con sus pulgares.

-Vos también tenés que prometerme algo...- tragué saliva intentando tranquilizarme.

-Lo que sea-

Eretria || Berlín×Tú×PalermoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora