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Ana no recordaba exactamente lo que pasó luego de descubrir que Hak estaba vivo. No tenía ni idea si caminaron hacia el campamento, donde sorpresivamente Kazuma los estaba esperando como si no hubiese estado solo por casi cuatro días, o si el demonio la cargó hasta allí, sólo sabía que un momento estaban junto al estanque y al siguiente no.

Tampoco recordaba cómo terminó sentada sobre un pedazo de tronco y con una bola de arroz en sus manos, pero en cuanto la vio, se dio cuenta del hambre voraz que tenía y lo devoró en segundos. Bebió toda el agua que tenía en su cantimplora de bambú y solo después de beber hasta la última gota, fue que soltó un largo suspiro y se atrevió a mirar a Kazehana. El demonio se encontraba de pie a pocos metros de ella, con la mirada hacia el cielo, aunque sabía muy bien que en realidad era completamente consciente de cada uno de sus movimientos.

Ana aprovechó ese silencio para organizar un poco sus pensamientos, pues todavía sentía la mente algo confusa y el cuerpo pesado. Toda la energía y alegría que sintió al bailar desapareció tan pronto Kazehana la lanzó al agua, pero ya no estaba molesta por ello. Él no hacía nada sin un motivo, y gracias a esa ducha fría, ahora podía pensar con claridad y se daba cuenta de que lo que había experimentado en esa laguna no había sido nada normal. Aunque no estaba segura de si fue un efecto secundario del agua milagrosa o si fue la música del flautista. Sin embargo, no tenía energía para enojarse o siquiera sentirse molesta por ello. Aunque fue por un tiempo muy corto, le habían devuelto la felicidad que hacía mucho tiempo no sentía cuando comenzó a bailar y a recordar con amor todos los recuerdos que tenía con su madre.

—Kotori —la voz de Kazehana la trajo al presente—. Vámonos.

Con los labios formando una «O», la joven notó por primera vez que el demonio se había movido de su lugar para juntar y cargar todo en el caballo.

—¿Irnos? ¿Ya? —preguntó Ana.

—Nuestro propósito aquí cumplió: usted ha conversado con los sabios —respondió él sin mirarla.

—Sí, pero... Ya es muy tarde y necesito descansar —un bostezo se le escapó—. Además, quiero saber dónde estuviste estos días —aunque se sentía drenada de fuerzas, no pudo evitar que en su voz se le notara un deje de enojo.

Kazehana giró lo suficiente para observarla por el rabillo del ojo. Por una vez, su mirada carecía del brillo divertido de siempre. Eso no era bueno.

—Hablaremos después. Yo también deseo saber por qué no se encontraba aquí cuando vine a buscarla —dijo despacio, en un tono que tenía un matiz peligroso.

Ana tragó en seco y bajó la mirada. Mierda, se había olvidado de que realmente no tenía derecho de estar enojada con el demonio cuando fue ella quien había desobedecido sus órdenes.

Kazehana hizo un ademán para que se acercara y así poder colocarla sobre la montura, pero antes de poder ponerse de pie, Gen saltó y se posó sobre su hombro.

—¡Gen! –dijo sorprendida, llevando su mano automáticamente a la cabeza del zorro para acariciarlo.

El demonio miró al zorro como si fuera la primera vez que se percataba de su presencia.

—Kotori, ¿por qué eso se encuentra con usted?

—No es un «eso», se llama Gen y es mi amigo.

—¿Tiene idea de lo que es? –inquirió de forma seria.

—Eh, ¿un zorro? –respondió, como si fuera lo más obvio del mundo.

—Es un kitsune –la corrigió sin apartar la vista del animal.

—Eso fue lo que dije.

—No. Un zorro es un animal común y corriente, el kitsune es un espíritu salvaje: tiende a ser travieso e inclusive malvado con los humanos.

La GuardianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora