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Recuperó la consciencia a los minutos de haberla perdido. Y desde su posición en el suelo pudo ver que ni Kazehana o Hokori se molestaron en ayudarla cuando se desmayó.

«Pero qué caballerosos que son.», pensó, tocándose distraídamente la zona donde se golpeó la cabeza. Por suerte el tatami había suavizado la caída.

No tardó en recordar el motivo de su desmayo.

La era Genna. En ese momento Ana realmente no podía recordar mucho de lo que había aprendido con su clase sobre ese tiempo. El nombre le sonaba. Estaba segura de que eso había sido durante el Período Edo, pero en ese momento ninguna información relevante le venía a la mente. Nada que pudiera darle una pista de por qué mierda ella estaba ahí, mucho menos de cómo hacer para volver a donde pertenecía.

—¿Se encuentra bien? —finalmente preguntó Hokori, aunque por el tono y la expresión de su rostro, Ana supo que no fue por preocupación.

—Acabo de descubrir que estoy en el pasado, así que no. No estoy bien —repuso de mala gana y reprimió las ganas de sonreír al notar que él entrecerró levemente los ojos.

—Es entendible —dijo Kazehana, interviniendo antes de que algo pasara. Obviamente sería algo interesante de ver, pero no tenían mucho tiempo que perder—. Señorita D'Angelo, es obvio que usted se encuentra aquí con la espada por un motivo, un propósito. ¿Sabe cuál es?

—Es obvio que no. ¿Usted lo sabe?

—No, pero imagino que será mi deber averiguarlo.

—¿Por qué? —preguntó Ana. Tenía el presentimiento de que las sorpresas del día no habían terminado todavía—. Nunca me respondieron por qué señor Furukawa se comunicó con ustedes. Y, ¿qué tiene de especial esta espada? ¿Por qué es tan importante para ustedes?

—Antes de poder responderle necesito pedirle algo —contestó Kazehana, el brillo divertido de sus ojos se esfumó por completo.

Ana reprimió el deseo de mirarlo con exasperación. ¿Hasta cuando iban a seguir pidiéndole cosas?

—¿Qué?

—¿Podría sacar la espada de su empuñadura?

Frunció levemente el ceño. No era la primera vez que le pedían hacer eso, claramente recordando su primera conversación con Furukawa y Sasaki, pero esa vez no pensaba hacerlo así sin más.

—Si lo hago, ¿cómo sé que van a responder mis preguntas? —inquirió, asegurándose de mirarlo fijamente a los ojos. No podía ceder o mostrar debilidad si realmente quería obtener algo de todo eso.

—¿Acaso pone en duda la palabra del señor Akuma? —intervino Hokori con voz fría y cortante. Se mostraba como si acabara de insultarlo a él.

—No —el corazón le latía con fuerza en el pecho—. Pero de algún modo debo asegurarme de que, si hago esto, ustedes responderán todas mis preguntas.

Hokori estuvo a punto de replicar cuando Kazehana levantó la mano, impidiéndole hablar. Cada vez le agradaba más esa ningen.

—Tiene mi palabra.

Ana asintió con la cabeza y sostuvo la funda de laca con delicadeza, sorprendida por su cálido tacto, colocó una mano sobre la empuñadura labrada de rojo y dorado y, bajo la atenta mirada de esos dos hombres, lentamente desenvainó el espada. El brillo de la hoja de un solo filo la deslumbró por un momento y vio que el rostro reflejado en el acero le devolvía la mirada.

El ambiente se hizo algo intenso y los segundos pasaron. La joven sin saber qué hacer luego, decidió volver a guardar el arma.

—Esta espada perteneció a lo que una vez fue el clan Hogosha –explicó Kazehana finalmente. Su rostro seguía impasible pero sus ojos ya no eran fríos y duros; extrañas emociones danzaban sobre ellos, y Ana no era capaz de descifrarlos—¿Ha escuchado hablar de ellos?

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