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Ni Ana o Kazehana mencionaron lo que pasó en la cueva, y si Hokori en algún momento se despertó y los vio juntos, tampoco dijo nada.

La joven intentó no recordar la calidez y tranquilidad que sintió cuando el demonio permaneció a su lado el resto de la noche, asegurándose de que ninguna pesadilla la perturbara nuevamente. En lugar de eso, se enfocó en mantener conversaciones largas y diversas con Hokori, empezando por contarle cosas sobre ella como, por ejemplo, que vivía con sus tíos luego de la muerte de su madre (no dio muchos detalles sobre su padre); la nueva escuela a la que asistía; le explicó qué era una secundaria y cómo funcionaba; le contó sobre Eugenia y Agustina, sus dos mejores amigas; su amor por el tenis, le explicó lo que era el tenis. Sabía que, aunque no lo demostraba, el demonio de cabellera oscura la escuchaba atentamente y le interesaban algunas cosas sobre el futuro.

Para su sorpresa, Hokori, por voluntad propia, terminó contándole algunas cosas sobre su vida y, por lo tanto, también sobre Kazehana: ambos eran hijos únicos, y al tener edades similares, se volvieron muy cercanos al crecer, y por eso ahora era su mano derecha.

—Y ¿cuántos años tienes?

Hokori arqueó una ceja, y una chispa de diversión brilló en sus ojos.

—¿Realmente desea saber?

—Sí, ¿por qué no?

—Los demonios tendemos a vivir una vida mucho más larga que la de los humanos.

Ahora era el turno de Ana de alzar una ceja, dando a entender que su comentario no la impresionó para nada y que seguía esperando su respuesta.

—Tengo 520 años.

La joven trastabilló con sus propios pies, logró recuperar el equilibrio y miró al demonio con un asombro poco disimulado. Hokori se quedó viéndola con una expresión de «Se lo dije».

—¡¿D-dijiste 520?!

—Así es.

Ella miró a Kazehana con recelo.

—Ahora tengo miedo de saber tu edad.

El demonio esbozó una media sonrisa, irradiando un aura de arrogancia. Demasiado para el gusto de la joven. ¿Acaso eso no era malo para la salud? Si no, debería.

—536.

Aunque logró contenerse, Ana no podía dejar de sentirse pasmada con esa información. Cuando dijeron que vivían por muchos años, creyó que se referían hasta los cien, quizás doscientos años como mucho. Medio milenio era algo descabellado.

—Si le sorprende nuestra edad, debería conocer a nuestro abuelo —Kazehana comentó de forma burlona.

—No creo que sea bueno para mí saber eso —respondió amargamente. Ni siquiera quería imaginarse cuántos años podría tener el abuelo de esos dos.

—¿Cuántos años tiene, humana? —preguntó con repentino interés Hokori.

—Cumpliré quince el 8 de marzo –respondió, ignorando el hecho de que ese demonio se rehusaba a llamarla por su nombre. Grosero.

—Tengo entendido que esa edad es apropiada para que las humanas puedan ser cortejadas para casarse –su mirada estaba fija en ella—. ¿Tiene ya un pretendiente?

Con eso, Ana no pudo evitar sentirse horrorizada. ¿Comprometida a los catorce años? ¡Ni hablar!

—No –respondió ella, intentando recuperar algo de compostura. No podía imaginarse a sí misma casada siendo tan joven. Ni siquiera tenía a alguien que le gustara de esa forma—. En mi tiempo, nosotras no nos casamos a mi edad, no es legal –explicó de la forma más simple posible—. ¿Qué hay de ustedes?

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