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Desde ese día, Ana hizo lo imposible para evitar el salón de música y mantenerse alejada de cualquier chico con cabello negro. Al menos eso fue lo que hizo por un par de semanas, pero comenzaba a sentirse ridícula de siempre estar escondiéndose en el baño o de cambiar de dirección cada vez que creía haber visto a Ian en el pasillo.

No ayudaba que tanto Eugenia como Agustina notaron su comportamiento y no perdieron el tiempo en intentar averiguar qué era lo que le pasaba. Incluso llegaron al extremo de hacer apuestas a ver quién adivinaba el problema.

Lo cual fue divertido. Hasta que se volvió ridículo.

—Te tiraste un pedo enfrente de alguien —soltó Agustina un día.

—¡No! Qué asco —Ana arrugó su nariz al escuchar eso.

—Ey, yo no juzgo. Y para que sepas, eso les pasó a varias chicas el año pasado.

—¿Qué?

—Sí, pero eso más bien fue culpa de la comida de la cafetería. Por eso nunca compro ahí.

—Interesante —Ana intentó ahogarse con agua para poder olvidarse de esa imagen mental.

—Agustina, por favor, estamos comiendo —suplicó Eugenia, señaló la cafetería con un gesto de su mano. Su amiga se encogió de hombros mientras se metía algo de pasta en la boca. La morena, por otra parte, miró a Ana—. Pero hablando de eso, ¿algún chico lindo te dijo que tenías comida entre los dientes?

—¿Por qué tiene que ser un chico lindo? —preguntó Ana.

—Ay, perdón... ¿fue una chica? —Eugenia se ruborizó de vergüenza.

—No, pero tener comida entre los dientes es feo, punto. No importa quién lo señale.

—Entonces admitís que fue un chico.

Ana sintió ganas de pegarse en la frente. Bueno, en realidad no importaba si pensaban que su comportamiento se debía a un chico, mientras no averiguaran cómo fue que se encontró con ese tal Ian.

—Bueno, volviendo al tema principal —tanto Agustina como Eugenia giraron sus cabezas para ver a Ana con sonrisas maliciosas.

—Se nota que están muy aburridas si siguen con sus tontas adivinanzas.

—No tenés ni idea —reconoció Agustina. Ana suspiró e hizo un ademán con la mano para la próxima ronda.

—Hiciste el ridículo en educación física —lanzó Eugenia.

—No.

—¿Segura? Noté que dudaste un segundo en responder.

—Estamos en la misma clase, Euge. Creo que serías una de las primeras en saber si algo me pasó en ahí —respondió sin perder la calma.

—Cierto.

Agustina chasqueó los dedos, segura de haber encontrado la respuesta:

—Alguien vio tu ropa interior.

—Ni siquiera voy a preguntar cómo se te ocurrió semejante estupidez.

—Te sorprendería saber que, hace unos años, echaron a dos chicos de primero por meterse en el vestuario de chicas y robar toda la ropa interior que encontraron, dejándolas tiradas por los pasillos.

—Qué lindo.

—Bueno, yo me rindo —Eugenia descansó la cabeza sobre la palma derecha y llenó su boca de papas fritas.

—Al fin —exclamó Ana, encantada de comer su almuerzo en paz.

—Sí, ya se me acabaron todas las cosas locas y vergonzosas que podrían haberte pasado —se lamentó Agustina. Obviamente pensó que iba a ganar la apuesta—. Solo me queda que alguien te encontró haciendo algo tonto, como escucharte cantar muy mal o bailando de forma muy vergonzosa —continuó en voz más alta.

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