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—¿Cómo que no sabes? —exclamó Ana atónita, levantando ambas cejas.

El demonio dejó escapar un suspiro inaudible antes de volver la mirada hacia ella.

—Podría intentar romper la barrera con mi espada, pero para eso necesito encontrar la fuente de su poder —explicó.

—¿La fuente? ¿Te refieres al lugar donde se originó?

—Sí.

—¿Y cuánto tiempo va a tomar eso?

—Quinen creo la barrera hizo un buen trabajo camuflando su origen, así que necesitaré revisarla hasta lograr descifrar su ubicación.

Ana hizo una mueca y miró hacia donde sabía que se encontraba dicha barrera. Después de viajar por semanas se encontraban con ese tipo de obstáculo justo cuando estaba tan cerca de la meta. Era como tener algo al alcance de tu mano, algo tan cercano que casi podías rozarlo con los dedos pero que por algún motivo no podías cortar la distancia que los separaba.

No era justo.

No era nada justo.

Ana volvió a centrar la vista en Kazehana, cuyo rostro se mostraba tan inexpresivo y privado de emociones como siempre, pero que seguramente se sentía igual que ella.

—¿Empezamos a caminar? —le preguntó luego de un rato.

El demonio giró el rostro para verla un momento antes de responderle:

—Ahora buscaremos un lugar para pasar la noche. Por la mañana decidiré qué haré —dicho esto, giró sobre sus talones y fue en dirección a donde estaba su caballo.

Ana no pudo evitar hacer otra mueca mientras lo seguía con reticencia. No le gustó ese "decidiré qué haré", porque seguro eso significaba que no pensaba preguntarle su opinión. Que ella no estaba incluida en sus planes. Si bien entendía que, de los dos, Kazehana era el único que no podía acercarse al monte, y que ella no sabía nada sobre barreras mágicas, eso no significaba que no pudiese ayudar en algo. Colaborar de alguna forma para romper la barrera.

No necesitaba excluirla de esa situación.

«Eres solo una humana que no tiene ni el poder ni el conocimiento para ayudarlo.», le recordó una molesta voz en su mente. Ana no le hizo caso, aunque sabía que algo de razón tenía.

Lamentablemente, no lograron encontrar una cueva cerca de donde se encontraban, así que Kazehana preparó el campamento a unos pocos metros de un arroyo, y con la improvisada cama de fardo y mantas y el fuego que proporcionó el demonio, sorprendentemente, la joven logró dormirse casi al instante.

Desde que apareció en el pasado, Ana se acostumbró a tener sueños extraños de vez en cuando. Aunque casi nunca podía recordarlos cuando despertaba y siempre la dejaban con una rara sensación recorriendo su cuerpo. Más de una vez se había despertado temblando y sudando, algunas veces llorando y con un grito que deseaba salir de su garganta. Sin embargo, lo primero que pensó, parada en un dojo, fue que ese sueño era mucho más extraño de lo habitual.

En el centro del dojo se hallaban dos jóvenes entrenando con espadas de madera. Ninguno de los dos se encontraba utilizando algún tipo de protección, mucho menos en la cabeza, y con el ruido que hacía la madera al golpear alguna parte en el cuerpo del otro, Ana sabía que debía de doler mucho y no sabía si respetarlos por no detenerse con cada golpe o llamarlos idiotas por golpearse con tanta fuerza sin vacilar.

En uno de los lados del dojo, cerca de la pared, se encontraba sentada una hermosa joven. Con el cabello dorado y sus ojos azules, Ana estaba segura de que era una gaijin como ella, pero al observar más de cerca, supo por la forma de sus ojos que no era así. Seguramente se trataba de una hāfu, mitad japonesa.

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