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Ana no había nacido ayer. Si la persona que te salvó te mantiene encerrada en un lugar y no te permite llamar a la policía para pedir ayuda, eso solo podía significar una cosa: no pensaban devolverla. No tenía ni idea de qué pensaban hacer con ella, aunque cada idea que se le ocurría terminaba siendo más aterradora que la anterior. Así que solo quedaba una cosa por hacer, y esa era huir cuanto antes. Por supuesto, no creía que iba a ser fácil salir de ahí y buscar a la policía. Sobre todo, cuando no tenía idea de dónde estaba o a dónde ir, pero no pensaba seguir esperando. Habían pasado cinco días desde su desaparición: sus tíos debían de estar al borde del colapso. Y no tenía ni idea si alguno de sus compañeros de clase estaba pasando por lo mismo. Esperaba que no.

Esperó a que Mai le trajera su desayuno, intercambiaron un par de palabras mientras Ana comía y luego la joven se retiró. Tan pronto cerró la puerta corrediza, dejó el tazón de arroz en la bandeja y se levantó directo hacia el placar donde habían colocado el kimono del museo. Se cambió de ropa y se fue a la puerta, donde abrió una pequeña rendija para asegurarse de que no hubiera nadie cerca.

Encontró a Mai entrando a una habitación que estaba frente al de ella, al otro lado del jardín interior. Parecía estar limpiándolo, por lo que se encontraba demasiado ocupada para darse cuenta de que Ana se estaba escabullendo de ahí.

Caminó a paso rápido pero silencioso hasta llegar a las escaleras que daban al primer piso. Se detuvo un instante para asegurarse de que el camino estuviera despejado antes de empezar a bajar con cuidado y volvió a detenerse a medio camino al escuchar unas voces. Desde el ángulo donde se encontraba, fue capaz de ver parte de las siluetas de dos mujeres que caminaban dándole la espalda a la escalera.

Una vez que las mujeres desaparecieron, Ana contó hasta diez antes de volver a bajar. Ahora estaba exactamente en el mismo punto donde, en su primer día, se había encontrado con las dos mujeres y la niña. Por razones obvias, la primera vez no había prestado mucha atención a ese espacio, pero ahora la situación era diferente. A la derecha de la escalera se salía a la pasarela techada que conectaba todas las habitaciones de ese piso, y a la izquierda, unas puertas corredizas abiertas que daban a lo que parecía ser la salida.

«¡La salida!», Ana realmente no podía creer su buena suerte. ¿Realmente iba a poder escapar de ahí tan fácilmente?

Sin pensarlo demasiado, Ana salió del escondite y terminó encontrándose con una señora mayor que se notaba que acababa de llegar, pues estaba en pleno proceso de sacarse las sandalias para poder entrar. Ambas se quedaron en silencio, la señora llevaba una expresión que parecía ser una mezcla de asombro y miedo, y Ana no pudo evitar sonreírle con nervios. Había sido descubierta.

Se escucharon unos ruidos provenientes del cuarto de al lado y fue ahí que la señora reaccionó y se puso a gritar: ya sea para pedir ayuda ante la extraña que estaba en la casa u ordenando a Ana que volviera a su habitación. De cualquier forma, se pudieron escuchar otras voces y pasos que se acercaban a donde estaban ellas, por lo que Ana no tuvo otra opción que echar a correr, pasar por al lado de la señora y escapar de ese lugar.

Salió a la calle y escuchó la voz de Sasaki a lo lejos, pero Ana se dio la vuelta y corrió por las callejuelas sin escoger una dirección en particular. Hizo todo lo posible para ignorar el hecho de que sus pies descalzos tocaban el sucio y frío suelo, pero en cuanto pisó una piedrita, se detuvo inmediatamente y se retorció en el lugar. Levantó el pie y se tocó la zona lastimada con cuidado, por suerte no se había cortado.

A todo esto, Ana se había detenido en medio de una calle muy concurrente y la gente a su alrededor detuvieron todo lo que estaba haciendo; hombres y mujeres retrocedieron unos pasos, mirando con horror a la gaijin con un cabello rojo como el fuego. Los más jóvenes creyeron estar viendo a un espíritu malvado que venía a engañarlos y lastimarlos. Dos de ellos decidieron que debía atacar primero.

La GuardianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora