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Los tres hermanos, una extraña mezcla de orangután con gorila aumentado tres veces de tamaño, se quedaron mirando fijamente a Ana con sus ojos oscuros, tanto, que ella pensó que en cualquier momento iban a lanzar un grito de guerra y atacarla con sus macizas manos.

—¿Quién pregunta? —dijo el mono del medio con una voz poderosa y profunda, antigua y joven. El pelaje que cubría su cuerpo era de color rojo.

Antes de que ella pudiese preguntar, el de la izquierda, un enorme primate amarillo, habló:

—Es una mujer humana, ¿que no ves, ciego?

—Yo no estoy ciego. El ciego es él —señaló al que estaba a su derecha.

—No me digan ciego —reprochó el mono de cobre, dando un fuerte resoplido por la nariz.

—No seas quejoso —replicó el mono amarillo y antes de que el de cobre pudiese responder, el de rojo habló.

—¡Cállense, tontos! —su poderosa voz resonó por todo el claro—. Ya sé que es una humana. Quiero saber quién es la humana que se atreve a venir a nuestro territorio.

Aunque el comentario iba dirigido hacia sus hermanos, Ana entendió que él estaba esperando a que ella respondiera la pregunta.

Por supuesto, ella decidió no hacerlo.

—¿No lo saben? Creí que ustedes, los tres monos sabios, sabían todo —dijo con su mejor tono inocente.

Los hermanos compartieron una mirada antes de que el de amarillo respondiera:

—¡Ja! ¿Oyeron eso? La niña humana cree que puede engañarnos para hablar —la señaló antes de repentinamente golpear el suelo y resquebrajarlo. Ana sintió que su corazón se detenía y apretó con más fuerza de la necesaria la empuñadura—. Estúpida humana, ¿Acaso cree que caeremos ante eso?

—¡Somos más viejos que los primeros demonios! —rugió el de cobre—. ¡Somos incluso más viejos que los dioses Izanami e Izanagi, cuando decidieron descender de Takamagahara para darle forma a este país!

—Conocemos todos los trucos habidos y por haber de los seres más rastreros y mentirosos —continuó el de rojo.

—Nadie puede engañarnos —finalizó el de amarillo.

La joven tragó en seco y asintió con fervor.

—Lo siento —logró decir, con un hilillo de voz.

El mono de cobre bufó.

—Al menos ésta no continuó fingiendo. Es más inteligente que el último humano que nos encontró.

—Ésta tiene nombre —regañó antes de poder pensarlo.

—¿Y cuál es?

Ana sabía que la estaban probando, a ver cuál sería la siguiente jugada de su parte: si decía la verdad o si decidía probar algo nuevo. Por suerte, ella no era ninguna tonta.

—Me llamo Ana D'Angelo.

—Pero ese no es su nombre verdadero —acusó suavemente el de amarillo.

—Es el nombre que me dieron mis padres y el único que reconozco —lo desafió a que le dijese lo contrario con la mirada. Realmente no necesitaba que le confirmara si era o no una Hogosha, pero nunca estaba demás si llegaba a hacerlo.

—Muy bien —concedió el mono rojo sin mucha dificultad—. ¿Y qué quiere Ana D'Angelo de nosotros: los monos sabios?

—Necesito que me respondan una pregunta.

—Obviamente —el de cobre rodó los ojos. ¿Acaso un mono podía hacer eso?—. ¿Pero será capaz de entregarnos lo que pedimos a cambio de la respuesta?

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