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Medía unos siete metros y medio, tenía la piel de un azul medianoche, con colmillos que parecían ser de hierro y unas largas uñas afiladas. Al igual que el oni que se enfrentó en el monte Kamiumi, llevaba un taparrabos y una gigantesca maza.

El oni, sin mirar a ningún lado en particular, abrió la boca y dejó salir un rugido de otro mundo. Ana se tapó los oídos con ambas manos, a la vez que cerraba los ojos y apretaba los dientes. Los yōkai que estaban en la cima de la colina como ella, hicieron lo mismo.

Por debajo del oni una enorme sombra se extendió y de ella comenzaron a salir una horda de monstruos. Había de distintos colores y tamaños, el más grande apenas le llegaba a la rodilla. Vestían túnicas andrajosas y portaban todo tipo de objetos afilados que pudieran usarse como armas: lanzas, espadas y cuchillos rotos. El oni azul volvió a abrir la boca y esta vez disparó fuego infernal, arrasando con todos los edificios que lo rodeaban. Fue ahí que Ana escuchó los gritos y llantos de terror de los yōkai que estaban en el festival, incluso creyó escuchar la voz de Kazehana por encima de todas ellas, dando algunas órdenes. Desde su posición en el mirador, fue capaz de distinguir a varios demonios corriendo en dirección a donde estaba el oni y la horda de monstruos, y la batalla no tardó en comenzar.

Los pocos yōkai que estaban en la colina con ella salieron corriendo, pero Ana no se movió de su lugar, pues no sabía qué hacer o a dónde ir. Nadie sabía dónde estaba y gracias a la máscara de zorro, todos pensaban que era un demonio más.

«No creo que ahora a alguien le importe si revelo que soy yo», se quitó la máscara y dirigió la mirada hacia el parque. ¿Valdría la pena bajar e intentar buscar a Azura o Kagami? Allí abajo el caos era total. ¿Quién le aseguraba de que en medio de todo eso sería capaz de encontrar a alguien?

—Creo... que lo mejor será quedarme aquí a esperar —las palabras le supieron amargas en la boca al pronunciarlas.

No es que realmente tuviese ganas de pelear con esos monstruos, esa misma mañana les había dicho a los jefes demoníacos que no quería estar involucrada en nada de eso, pero el estar ahí sin hacer nada y esperando a que alguien viniera a rescatarla, le hacía sentir que era la humana débil e inútil que todos decían que era.

Se escuchó una explosión cerca, seguido de varios gritos de llanto y dolor. Se mordió el labio inferior y apretó los puños con mayor fuerza, intentando reprimir la impotencia que estaba sintiendo en ese momento.

Oyó el grito furioso del oni cuando alguien le lanzó una gran bola de fuego abrasadora que le dio en el brazo, seguido de unas enormes rocas del tamaño de su cabeza. Esos ataques lo hicieron retroceder unos cuantos pasos, pero no parecían haberle provocado un gran daño. El monstruo del Inframundo levantó su enorme mazo y la estrelló contra unos edificios donde momentos atrás habían estado sus atacantes.

Por el rabillo del ojo, Ana divisó a varios miembros del clan Kazehana moviéndose al mismo tiempo para lograr que una enorme ola de agua saliera directamente del lago del parque y fuera en dirección a donde estaba el incendio creado por el oni. De hecho, no solo estaban usando el lago, sino cualquier fuente que contara una gran cantidad de agua.

De pronto, comenzó a levantarse un fuerte viento y de la nada apareció un tornado casi tan alto como el oni. El oni dejó lo que estaba haciendo para mirar al tornado que iba hacia él y le lanzó un rayo de fuego infernal, provocando una explosión que sacudió toda la aldea y lanzó al oni varios metros hacia atrás.

—¡Sí! —Ana alzó el puño al aire en señal de victoria.

Su sonrisa se borró cuando escuchó con claridad una serie de frenéticos siseos y gruñidos bastante cerca de su ubicación. Giró lentamente su cuerpo y por poco no le dio un infarto. De alguna forma, una horda de aterradoras y asquerosas criaturas del inframundo habían logrado llegar a la cima de la colina, y ella era la única que estaba ahí. Todos tenían clavados sus brillantes ojos amarillos en ella, soltando una especia de cacareos y agitando sus armas. Ana tragó en seco y maldijo el momento que pensó que permanecer ahí era una buena idea. Miró a todos lados, desesperada por encontrar a alguien que la salvara, o por lo menos algo con el cual defenderse.

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