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Dos días más tarde, Ana y Kazehana partieron hacia Kasai después de que amaneció. Kenshin había sido lo suficientemente amable para prestarles un caballo, ya que Kazuma había desaparecido cuando los monjes los atacaron.

«Espero que esté bien», pensó Ana. Para su vergüenza, fueron días después del ataque, cuando ella ya se había recuperado de la fiebre, que recordó al pobre caballo que fielmente los había llevado hasta el monte Kamiumi. Estaba segura de que se había escapado en cuanto comenzó el ataque, pero de todas formas le preocupaba que algo le pudiese haber pasado. Lamentablemente, el demonio no parecía compartir su sentimiento.

—Es un animal. Sabrá cuidarse y encontrar su propio camino —fue su respuesta, utilizando su característico tono monótono.

—Pero ¿y si algo lo atacó? ¿O si alguien decidió capturarlo y quedárselo al ver que no tenía un jinete? —inquirió ella, inclinando su cuerpo hacia un lado y adelante para poder captar mejor su atención.

Kazehana únicamente se dignó a girar levemente la cabeza para verla por el rabillo del ojo y arqueó una ceja, expresándole con ello lo ridículo que pensaba que eran sus preocupaciones.

—Es un animal —volvió a responder, como si ello fuese la respuesta para todo—. Cumplió su propósito y solo puedo desearle buena suerte, donde sea que esté.

Ana no pudo evitar soltar un suspiro en lo que volvía a posicionarse detrás del demonio.

—Se nota que eres alguien que no le importa lo que le pueda pasar a otros —murmuró en voz baja.

Obviamente, la escuchó.

El camino que tomaron no era el mismo que utilizó Kyo. Según Kazehana, debían hacer una parada antes de Kasai, un viaje de dos días hacia el norte antes de volver al oeste. Cuando Ana lo interrogó por ello, solo le respondió que recibió un mensaje de una conocida que necesitaba darle cierta información, pero que no podía ser transmitida por carta, solo en una reunión cara a cara.

—¿Quién es esa conocida? —inquirió con curiosidad.

Kazehana se limitó a soltar un leve gruñido, indicando que no pensaba responder nada más y se lanzó a un veloz galope.

Cabalgaron por horas, deteniéndose únicamente para comer algo al mediodía y permitirle al caballo descansar, antes de volver a iniciar el viaje. Por la tarde, cruzaron un puente donde los guardias les permitieron pasar sin problema y poco después se detuvieron frente a una posada del pueblo. El demonio entregó el caballo a un joven que cuidaba los animales de los viajeros antes de entrar al establecimiento para hacer las reservaciones necesarias y ordenar la comida.

Afortunadamente, la joven logró mantener al zorro escondido entre su ropa y pudo llevarlo hasta su habitación sin que nadie se percatara. Le indicó que permaneciera oculto mientras ella se tomaba un baño y cuando regresó, lo encontró durmiendo tranquilamente en el armario entre las mantas. ¿Cómo terminó ahí? Honestamente no tenía ni idea, pero si Gen estaba cómodo, ella no iba a impedírselo.

Cuando le trajeron la comida, Ana lo comió sin problema, porque si bien no estaba a la altura de lo que probó durante su breve estancia en Yuukori, estaba caliente y rica. Cayó derrotada sobre su futón y se durmió a los pocos segundos. Esta vez, sin sueños.

En la tarde del segundo día de su salida de Yuukori, el sendero los llevó hasta un bosque de bambú, cuyos árboles parecían que se elevaban hasta el cielo y apenas permitían el pasaje de la luz del sol. Afortunadamente, no tuvieron que permanecer mucho tiempo entre las sombras, pues se abrió de golpe un claro en cuyo centro había unas escaleras de piedra que ascendían hasta un templo antiguo y olvidado.

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