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En menos de una hora, Ana aprendió algunas cosas importantes:

Primero, cabalgar con una resaca era una muy mala idea. Y no solo su cabeza la estaba matando, sino que también había comenzado a sentir unos calambres que le retorcía el estómago.

Segundo, Kyo olía a menta, que era lo opuesto al olor a bosque y al calor del fuego de Kazehana.

Tercero, Kyo desprendía mucho menos calor que Kazehana, lo que resolvía el misterio de si todos los demonios tenían la misma temperatura corporal o no.

Cuarto, debido al punto anterior, Ana estaba pasando más frío de lo usual.

Y quinto... bueno, por ahora no había nada más que agregar a la lista.

Cuando finalmente se detuvieron a descansar ya era pasado el mediodía. Sin duda era mucho más tarde de lo acostumbrado, y Ana se preguntó si eso había sido a propósito, si Kazehana hubiese seguido viajando de no ser porque Kyo sugirió que se detuvieran para que ella pudiera comer algo.

La joven se sentó cerca de un árbol y sacó de su bolso una de las manzanas rojas que le habían regalado en la posada. La limpió con la manga de su kimono antes de morderla y saborear la dulce y fresca fruta. Al terminar, les ofreció una a Kyo y a Kazehana, y aunque el joven demonio sí aceptó, el otro simplemente la volvió a ignorar. ¿Realmente estaba actuando de esa manera por la discusión o porque ella había decidido viajar con Kyo? De cualquier forma, le parecía muy infantil esa actitud suya. Si ella podía intentar mostrarse civilizada, ¿por qué él no? Se suponía que de los dos el demonio era el adulto.

Dejó escapar un suspiro y se frotó la zona baja del abdomen. Los calambres continuaban, aunque se habían aliviado un poco ahora que no estaba en movimiento. Decidió que esos dolores no podían ser producto del alcohol, quizás fue algo que comió. Frotando distraídamente el abdomen, la joven se congeló al instante: un escalofrío le recorrió la espalda, se le erizaron los pelos de la nuca y por un momento sintió que estaba siendo observada. Miró hacia todos lados por instinto, intentando averiguar quién la estaba mirando, pero todo parecía estar bien. No lograba sentir la presencia de nadie más, y ninguno de sus compañeros de viaje actuaba como si algo más estuviese cerca de ellos.

—¿Lista para seguir? –preguntó Kyo, llamando su atención.

—Sí –respondió ella, tratando de no mostrarse vacilante. Seguramente había sido su imaginación.

En el momento que intentó incorporarse, sintió un fuerte dolor en su vientre que se lo impidió. Se inclinó hacia adelante, respiró hondo y esperó a que el dolor pasase.

Mierda ¿Qué le estaba pasando? No había sentido tanto dolor por un calambre desde que...

«Un minuto —pensó ella e hizo los cálculos en su mente. Si no se equivocaba, habían pasado casi cuatro semanas desde la última vez— No me digas que...»

Con cuidado, se levantó y lo sintió. Si, efectivamente estaba en su ciclo. Y como si fuese poca su desgracia, ella se encontraba en medio del bosque con dos demonios y sin nada a mano que pudiera ayudarla.

—¿Le sucede algo? —preguntó Kyo, preocupado.

Ana tragó en seco antes de responder.

—Estoy bien.

—No tiene buena cara. Está pálida —insistió el demonio.

En otro momento, ella habría apreciado que él mostrara tanta preocupación, pero no en ese momento.

—Sí. Estoy bien.

Pero Kyo la ignoró.

—Señor Akuma, ¿no le parece que la señorita Ana se ve algo enferma?

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