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Al día siguiente, Ana tampoco fue a ver a Kazehana. En lugar de eso, acompañó a Kyo al campo de entrenamiento para verlo tener una pelea con su sensei. Para eso, Kyo decidió llevarla por la ruta más larga y rodearon la aldea, cosa que Ana internamente le agradeció.

Cuando llegaron al lugar, la joven se sorprendió al descubrir que el lugar era literalmente un campo abierto con la hierba cortada, árboles rotos o despedazados y, en el centro mismo, podía verse que el suelo estaba desgastado gracias a las incontables horas de entrenamiento que hubieron ahí.

A un lado del campo, de pie recostado contra el tronco de un enorme árbol, se hallaba esperando el sensei de Kyo: un demonio pálido como la luna y con extrañas marcas negras en la piel. Tenía el cabello negro azabache y revoltoso, como si nunca se hubiera cepillado el pelo en su vida, con orejas puntiagudas y caninos afilados. Lo más llamativo de ese yōkai eran sus ojos: la parte blanca del ojo era completamente negra, resaltando el color celeste puro de su iris. Llevaba su espada atada a la espalda en lugar de la cintura, como lo hacían la mayoría de los espadachines.

—Llega tarde —dijo el yōkai sin molestarse en mirarlos.

A Ana le pareció increíblemente grosero que no los saludara primero, pero Kyo se limitó a hacer una leve reverencia.

—Me disculpo, Kanamori-sensei. No volverá a suceder.

—Más le vale. Sabe que detesto a la gente que llega tarde —se alejó del árbol y caminó hacia el centro del campo, sin reconocer la presencia de la joven ahí.

Honestamente, Ana no creía que realmente hubiesen llegado tarde, pero no pensaba ponerse a discutir con ese demonio sobre ello, sobre todo porque podía notar claramente que era poderoso. Con o sin su habilidad para notar la gran aura que lo rodeaba, sabía que el responsable de entrenar a Kyo no podía ser un demonio cualquiera, sino alguien con las habilidades y el poder necesario para lograrlo.

Kyo le señaló un lugar apartado donde había un tronco caído en el que podía sentarse mientras los observaba, antes de dirigirse hacia donde estaba su sensei esperándolo con impaciencia. Antes de que el joven demonio estuviera listo, Kanamori ya lo estaba atacando, sin embargo, Kyo se las arregló para desenvainar la espada a tiempo y el acero chocó contra el acero. Así comenzó una danza mortal demasiado rápida y furiosa para que Ana pudiese entender cuándo un ataque terminaba y comenzaba otro.

Kanamori no mostraba piedad ante su alumno, no se retenía cuando atacaba y tampoco se detenía cuando lograba acertarle algún golpe, simplemente continuaba hasta lograr otro y otro más. Ana casi gritó cuando vio que el demonio había logrado hacerle un tajo en la pierna de Kyo, pero su amigo no pareció darle importancia, sino que seguía centrado en la pelea y en intentar evitar volver a ser herido. Un objetivo que fracasó rotundamente en cumplir.

No pasaron ni quince minutos desde que inició el combate cuando Kanamori logró que Kyo perdiera su espada y apoyó la hoja de su acero contra el cuello del joven demonio.

El silencio gobernó el campo de entrenamiento por un momento. Ana no pudo evitar soltar todo el aire que había en sus pulmones en un suspirar. ¿Kyo había perdido? Y no solo eso, le habían pateado el trasero. Ni una sola vez el joven demonio fue capaz de encestar un golpe a su maestro.

—Levántese —ordenó Kanamori, retirando la espada y volviendo al centro del campo—. Otra vez.

Kyo se levantó sin problema y fue hacia donde había caído su espada sin mostrarse agitado por el encuentro que acababa de tener. Si las heridas le dolían, el joven demonio hacía un buen trabajo en ocultarlo. Una vez que tuvo devuelta la espada en mano, Kanamori volvió a atacar sin advertencia.

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