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Cuando comenzó a recuperar el conocimiento, Ana de inmediato sintió unas brutales punzadas de dolor que le recorrían todo el cuerpo. Recordando claramente los sucesos del día anterior, intentó abrir los ojos lentamente, aunque sentía los párpados pesarle y luchó un buen rato para lograr abrirlos.

Lo primero que vio fue las hojas verdes caídas de los árboles, luego escuchó sonidos de pájaros y otros animales lejos, nada que indicara peligro cercano. Se incorporó lentamente, sintiendo un punzante dolor en la cabeza y en todas las extremidades del cuerpo. De alguna forma logró sentarse y lo primero que vio fue la sangre seca de una fea herida que tenía en la pierna derecha.

Eso se lo había hecho el oni, si no mal recordaba.

Se tocó la frente, descubriendo un corte en la frente, la herida ya no sangraba, pero el lado derecho de su cara estaba pegoteado y el olor a hierro le estaba comenzando a dar náuseas. No recordaba haberse hecho esa herida, aunque seguramente fue producto de la dolorosa caída. A continuación, descubrió con horror varios cortes y moretones en sus brazos y apostaba lo que fuese que sus piernas no estaban libres de magulladuras. Afortunadamente, salvo esa fea herida en la pierna derecha, nada parecía ser tan grave que requiriera atención inmediata y, aunque el pecho se le oprimía al respirar, estaba segura de que no tenía ningún hueso roto.

Con un esfuerzo sobrehumano, Ana logró ponerse de pie. Apretó fuertemente los dientes para aguantar el dolor al apoyar la pierna derecha, y cojeando fue hacia el árbol más cercano para apoyarse en él.

Miró la colina de donde había caído. Era un verdadero milagro que no se rompiera el cuello o no se lastimara de más, ahora que observaba la altura de donde cayó. Y se maldijo enormemente por haber decidido mirar hacia atrás en lugar de enfocarse en ver por dónde iba. Pensar en la pelea entre el oni y el espíritu guardián la llevó a recordar otra cosa.

—¡Hak! –gritó horrorizada al darse cuenta finalmente de la ausencia del pequeño animal.

¿Había ganado? Se negaba a pensar en la alternativa, aunque de ser así debería estar ahí con ella ¿Si estaba arriba, herido, como para moverse? Con eso en mente, intentó dar un par de pasos hacia la pendiente, pero el punzante dolor de su pierna era demasiado, y la fuerza exigía subir esa inclinación era demasiada para el estado en el que estaba.

Ana se sintió tentada a gritar el nombre de Hak, o el de Kazehana, pero no sabía si ellos podían escucharla, o si solo terminaría atrayendo otro tipo de compañía.

Como si las cosas no pudieran empeorar, su estómago comenzó a soltar gruñidos por el hambre. No había comido nada desde el mediodía del día anterior. Tampoco había tomado nada de agua. Así que lo primero que necesitaba hacer era encontrar agua, y rápido.

Antes de ponerse en marcha, recordó la espada de los Hogosha y la buscó lo mejor que pudo por los alrededores, pero si bien estaba segura de que la había tenido en la mano antes de caer por la pendiente, no lograba encontrarla por ningún lado.

«Kazehana me va a matar. —fue lo primero que cruzó por su mente. Su segundo pensamiento fue—. Si es que no muero antes de que me encuentre.»

Soltó un suspiro y, con cuidado de no poner demasiado peso sobre su pierna herida, decidió que era mejor comenzar a moverse cuando una pequeña y naranjada bola peluda saltó de la nada y se colocó frente a ella.

—¡AHHH! —quiso retroceder del susto, pero cuando apoyó todo su peso en la pierna derecha, sintió una fuerte punzada y una palpitación fuerte en la herida. Se dobló hacia adelante en lo que apretaba los puños con fuerza e intentaba evitar que se le escaparan lágrimas de dolor. Cuando sintió que el dolor se volvía más tolerante, su mirada fue hacia donde estaba el mismo zorro de ayer—. ¡Tú! –señaló, incrédula.

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