3era parte. La venganza del traidor

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Observó con admiración cómo Hak flotaba hacia la salida y su cuerpo se envolvió en una luz brillante que se iba agrandando hasta dejar en su lugar a una criatura mitad oso, mitad tigre. Su armadura plateada lucía como nueva y su pelaje gris brillaba como la plata con la luz del sol, sin embargo, sus enormes alas no parecían estar del todo curadas, así que Ana no tenía ni idea si el espíritu animal sería capaz de volar o no, pero algo era algo.

En otra vida, Ana miraría atrás y se preguntaría de dónde había sacado la fuerza suficiente para ponerse de pie, arrastrar el cuerpo de Kazehana hacía afuera y de subirlo al lomo de Hak. También se preguntaría cómo se le había ocurrido, con la cabeza pensada gracias a la fiebre, la idea de cortar el haori del demonio para unir dos de sus extremos y así tener suficiente tela para atarlos a los dos y de esa forma podría evitar que uno de los dos se cayera durante el viaje, o eso esperaba.

Colocó las espadas en el espacio que había entre ella y el demonio y se dejó apoyar en la espalda de Kazehana, respirando con dificultad y completamente mareada de todo el esfuerzo que había hecho. Ahora sí, había utilizado hasta la última gota de energía que había quedado en su cuerpo, si llegaban a caerse en algún momento del viaje, dudaba que fuera capaz de levantarse.

Escuchó un pequeño ladrido y, cuando miró hacia abajo, se encontró con Gen mirándola, sentado sobre sus cuartos traseros, a un metro de Hak.

«Es un celoso.» Ese pensamiento logró arrancarle una cansada sonrisa.

—¿Vienes? —su pregunta fue apenas algo más que un susurró, pero el zorro movió las orejas en señal de que la escuchó. Le dio a Hak una larga mirada que, a Ana le pareció que era de desagrado, antes de saltar directamente hacia el hombro de ella. Le dio una suave caricia en la cabeza antes de dirigirse al espíritu animal—. Muy bien, Hak, espero que sepas a dónde debemos ir –dijo Ana, agarrándose fuertemente del cuerpo de Kazehana en cuanto Hak se levantó del suelo. El espíritu guardián dio una especie de ladrido antes de salir corriendo a toda velocidad.

Había una gran diferencia entre montar a Kazuma y montar a Hak. Para empezar, el caballo se movía de forma más grácil y de cierto modo mucho más suave, mientras que los movimientos de Hak era mucho más fuertes y poderosos, lo cual no hacía más que empeorar el estado de la joven, pero sorpresivamente sabía cómo mantenerlos a ambos sobre su lomo, y si por casualidad en algún momento sentía que ellos estaban por caerse, movía su poderoso cuerpo de una forma que lograba volver a equilibrarlos a ambos sobre su centro.

El aire de la mañana olía a lluvia y por delante de ellos se acercaban nubes negras, pero Ana rezaba para que pasaran varias horas antes de que cayeran las primeras gotas. Ni ella ni el demonio contaban con la ropa necesaria que los protegiera de la lluvia, y en el estado que estaban no dudaba que el agua y el frío empeoraría su situación.

Cuando finalmente dejaron el bosque atrás, Ana logró ver por encima del hombro de Kazehana una colina tan alta que casi parecía estar tocando el cielo. No recordaba haberla visto durante el viaje de ida, pero quizás Hak estaba tomando otra ruta que los llevaría hacia la aldea más cercana.

Se dejó apoyar contra la cálida espalda del demonio y, con la vista hacia abajo, se dejó embelesar por las poderosas patas del espíritu guardián cuando éste emprendió la subida. Lo observó seguir un camino que era poco visible entre las hierbas crecidas, y cuando comenzó a escalar las enormes piedras como si fuese un carnero, comprendió el por qué ese era un lugar poco transitado por los viajeros.

«Aunque más bien parece que está volando», pensó de forma distraída. Y una vez que registró tal pensamiento, Ana miró una de las alas, pero seguía plegada, así que no fueron más que impresiones suyas.

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