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Ana necesitó permanecer en el suelo un rato para recuperarse. La magia del sello que invadió su cuerpo la dejó con la adrenalina corriendo por sus venas y una sensación de plenitud que jamás creyó que podría sentir luego de todo lo que le pasó durante esos dos últimos años. Con una mano sobre la pared, logró encontrar su camino a la salida y notó que estaba atardeciendo. ¿Cuánto tiempo había estado ahí adentro? Cruzando la barrera, encontró de inmediato a su escolta demoníaca a pocos metros de la entrada, esperándola con tranquilidad.

Raizen fue el primero en acercarse a ella.

—Le tomó más tiempo de lo que esperaba —comentó, examinándola de pies a cabeza para asegurarse de que estuviera bien. Cuando notó la mano ensangrentada, le ofreció un pañuelo—. Buen trabajo.

—Gracias, aunque creo que el sello estaba más adentro de la montaña de lo que pensé —respondió Ana, colocando el pañuelo sobre el corte.

—Es posible.

—Entonces, ¿está hecho? ¿El sello ya está reparado? —Sunako se acercó a ellos, cruzándose de brazos.

—Sí. Vi cómo se cerró y todo eso.

Por un momento, Ana pensó que la demonio iba a interrogarla un poco más, por eso se sorprendió cuando cedió fácilmente y asintió con la cabeza.

—Excelente. Eso significa que ya podemos emprender la marcha de regreso —señaló la dirección donde estaba la aldea de los Hogosha.

Y así, sin más, ese increíble sentimiento que había sentido cuando la magia entró a su cuerpo desapareció. Por un momento se había olvidado del plan que le tenían preparado los señores demonios. Se había olvidado de su enorme necesidad de escapar de ellos.

—¿Cuál es el apuro? ¿No pueden esperar para casarme y tener hijos? —Ana la miró con una sonrisa sarcástica.

La demonio le enseñó los colmillos en respuesta.

—Lo crea o no, no todo gira en torno a usted, señorita Hogosha. Mi apuro se debe a que no me gusta dejar mi hogar por mucho tiempo.

—Solo han pasado como dos semanas —señaló la joven.

—Como dije, mucho tiempo —replicó antes de dar la vuelta e indicarles a los demás demonios que se prepararan para partir.

Cuando sintió un pequeño tirón del pantalón, Ana se agachó y sostuvo a su kitsune entre los brazos. Gen olfateó la mano vendada y luego lanzó un pequeño gemido.

—Estoy bien, Gen. Gracias —le rascó detrás de las orejas un momento antes de dirigirse a Raizen.

—Ustedes pueden vivir por cientos de años, ¿qué importa estar lejos de su hogar por un par de semanas? —le preguntó mientras echaba un vistazo a su alrededor de forma casual. Si no encontraba la forma de escapar antes de llegar al palanquín, podía despedirse para siempre de su única oportunidad para hacerlo.

—Uno no puede darse el lujo de estar tanto tiempo lejos de la aldea y su gente cuando se tiene una responsabilidad tan importante como la nuestra —el demonio comenzó a caminar, pero se detuvo tras dar unos pasos. Giró la cabeza para verla—. ¿Sucede algo?

Ana se mordió el labio inferior y echó una mirada a la cueva. Nadie podía entrar, excepto ella.

—Señorita Hogosha —la llamó Raizen, dando un paso en su dirección.

—¿Por qué tengo que ser yo la responsable de restaurar el clan Hogosha? —las palabras salieron solas de su boca.

—Usted sabe por qué.

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