6

56 5 1
                                    

Aunque nadie se había molestado en informarle de nada, Ana estaba convencida de que la reunión se realizaría en alguno de los salones que había en la casa principal, por eso se sorprendió cuando Hokori la llevó a la salida, la sacó del recinto y la guio por los árboles hasta que estos se abrieron en un claro, donde se había montado una especie de tienda de campaña. Ana podía sentir que dentro de ella había una gran cantidad de auras demoníacas poderosas, entre ellas cuatro se destacaban, y una de esas pertenecía a Kazehana.

«Obviamente las otras tres son de los otros señores demonios» pensó, sintiéndose de pronto nerviosa.

Inconsciente apretó con más fuerza de la necesaria la espada que llevaba en la mano y, tras respirar hondo, siguió a Hokori dentro de la tienda.

Sorprendentemente, el interior estaba bien iluminado gracias a unos cuantos braseros encendidos. En el centro habían colocado una especie de alfombra de paja para poder poner encima cinco asientos de madera sin respaldo, cuatro de los cuales estaban colocados en dos filas de a dos, formando un cuadrado, y que actualmente estaban siendo ocupados por los señores demoníacos. Cada uno tenía su propio escolta de pie a unos pocos metros detrás, sosteniendo un estandarte que indicaba el clan al que pertenecía.

A pesar de que había recibido una descripción de cada uno de ellos de parte de Azura, Ana no pudo evitar observarlos a todos con una mezcla de asombro y miedo.

El primero que llamó su atención fue uno que estaba sentado a su izquierda. Piel pálida como la muerte con largos cabellos que parecían hechos de oro, espesa barba, orejas puntiagudas y unos ojos azules cristalinos. Llevaba puesto unos holgados pantalones negros y un kimono del mismo color que sus ojos con flores blancas bordadas en las mangas. Por el emblema, un oso, Ana sabía que ese debía ser Raizen Kamado.

A su lado estaba Muzan Aizawa, cuya apariencia era completamente diferente a Raizen. Para empezar, solo llevaba puesto unos pantalones grises, dejando al descubierto su pecho. Su piel era de un rojo granate con marcas doradas adornando todo su cuerpo, las cuales combinaban con los brazaletes de oro que rodeaban sus poderosos bíceps. Tenía un largo y despeinado cabello dorado y, lo que debería ser el blanco de sus ojos, era en realidad de color negro, resaltando por completo su iris rojo.

Frente a él, con el blasón de una espiral negra sobre un fondo blanco, estaba la única demonio del grupo: Sunako Shinomiya. De cintura para arriba parecía ser una señora bastante normal, si uno ignoraba el cabello largo y blanco y lo que parecía ser una corona hecha de astas de ciervo, pero de cintura para abajo era otra cosa. En lugar de piernas, la demonio tenía una larga cola de reptil de color blanca. Su ropa tampoco era muy normal para los estándares japoneses: una remera blanca algo ajustada y una falda roja y negra que cubría solo un tercio de la cola.

Cuando la demonio descubrió a Ana mirando fijamente la cola, ésta únicamente sonrió, mostrando sus afilados colmillos. Eso fue más que suficiente para hacer que la joven pasara la mirada al último señor demoníaco: Kazehana.

El demonio de cabellera dorada estaba vestido con un kimono violeta oscuro con hakama y un haori negro medianoche.

Cuando sus ojos se encontraron, Ana desvió la mirada rápidamente hacia adelante, donde se encontraba el quinto asiento. Al verlo vacío, supo de inmediato que ese le pertenecía a ella. Sin que nadie se lo ordenara, caminó con pasos cortos pero firmes, haciendo su mejor esfuerzo por ignorar la mirada de todos los demonios que se posaron en ella, hasta que finalmente llegó a su destino y se sentó, procurando mantener la espalda recta y la cabeza bien en alto.

Siguiendo las instrucciones de Azura, se aseguró de mirar un punto fijo en el suelo, de esa forma evitaría cruzar miradas con alguno de los presentes y posiblemente terminar ofendiendo a alguno de esos grandes señores demoníacos, aunque seguramente ya había metido la pata cuando se quedó viendo a la demonio mitad reptil. No obstante, no permitió que esa clase de preocupación se viera reflejado en su rostro sereno. Claro que, el tipo de expresión que mostraba no importaba mucho si ella no era capaz de evitar el frenético latido de su corazón, y estaba más que segura que todos los presentes eran capaces de escucharlo.

La GuardianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora