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Por primera vez en mucho tiempo, Ana tenía la mente clara. Sabía bien lo que tenía que hacer.

Basta de juegos. Basta de depositar la confianza en la persona equivocada. Si él no pensaba ir a verla, entonces ella iría a él y le sacaría todas las respuestas.

No tenía idea qué la impulsó a buscar primero su espada, no era que pensara usar su nuevo ataque contra el demonio, pero algo le decía que la iba a necesitar.

Una bola naranja pasó por su lado y se colocó frente a ella. Ana se detuvo y miró a su espíritu guardián, quien, por algún motivo, estaba intentando evitar que siguiera avanzando. Intentó esquivarlo yendo por la derecha, pero él también fue en esa dirección, lo mismo pasó cuando quiso ir por la izquierda.

—Gen, no tengo tiempo para juegos —declaró, tratando de engañarlo al hacerle creer que iba a ir por la derecha cuando en realidad pensaba tomar la izquierda. No funcionó—. ¡Gen, basta!

Era la primera vez que le alzaba la voz, por lo que el kitsune aplastó las orejas y soltó unos gemidos. Ana sintió que la culpa comenzaba a invadirla, pero apretó los dientes y esta vez logró avanzar sin que la detuviera. No escuchó los pasos de su espíritu guardián tras ella, y antes de llegar a su destino, se prometió disculparse con él más tarde.

Encontró a dos guardias frente a la puerta del estudio de Kazehana. No hicieron nada cuando la vieron, pero la joven sabía que la iba a detener si intentaba entrar, así como así. Sin embargo, no pensaba dejar que eso la detuviera.

—Quiero hablar con Kazehana —solicitó.

Ambos demonios entrecerraron los ojos al oír cómo ella no utilizó un honorífico para dirigirse de forma respetuosa a su señor. Algo que, francamente, no le importaba. Después de escuchar lo que le dijo la princesa, ya no pensaba tratarlo con ningún tipo de respeto. Él nunca lo hizo con ella, después de todo.

—El señor Kazehana se encuentra ocupado —explicó uno de los guardias.

—Pues más vale que haga tiempo para mí —replicó entre dientes.

—Le pasaremos su mensaje, honorable invitada —propuso el segundo guardia—. ¿Por qué no espera en su habitación mientras tanto?

—¿Qué te parece esto? Ustedes se mueven y me dejan pasar o yo los obligo a hacerlo —colocó una mano sobre la empuñadura de su espada. Seguramente fue por eso que decidió traerla.

De pronto, el ambiente se volvió pesado, cortante. Los guardias por algún motivo se mostraron nerviosos al ver la fría calma con la que Ana los estaba mirando, casi como sucedió con Kawasemi en el jardín. No obstante, ninguno se movió de su puesto.

Justo cuando creyó que iba a tener que desenvainar la espada, se escuchó la voz de Kazehana decir algo desde adentro de su oficina. No tenía idea de qué fue lo que dijo, pero de inmediato uno de los demonios, el que había propuesto que esperara en su cuarto, se apartó y deslizó la puerta para dejarla pasar.

El estudio se veía igual que la primera y última vez que estuvo ahí, con la excepción de la montaña de papeles que había sobre la mesa. Detrás de ella, se encontraba Kazehana con un documento en una mano y una taza de sake en la otra.

«¿Por qué no me sorprende?», avanzó hasta quedar a un metro de él y decidió tomarse un momento para observarlo en lo que esperaba a que terminara.

Lo único que encontró diferente en el demonio era que su cabello parecía estar más desaliñado de lo normal y las ojeras negras debajo de los ojos. ¿Cuándo había sido la última vez que durmió toda una noche? Bueno, eso en realidad no era su problema.

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