🗡️ Capítulo 3 🗡️

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La mar se encuentra tranquila. El olor a sal y el cálido sol me trae recuerdos inevitables de las calurosas, pero agradables, playas de Ática en Iska. Ese continente alguna vez fue mi hogar y el de Euterpe. A veces me pregunto si nos extrañan o al menos nos recuerdan. Lo más seguro sea que no. Somos aquellas que se rebelaron contra el Olimpo y fracasaron.

Le echó una ojeada a todo a mi alrededor. La capa azul de la armadura de valquiria de Euterpe ondea por el viento. Los cabellos rubios y rizados se encuentran atados dentro del casco plateado con alas. Tal cosa que me da un poco de pena, siempre me ha gustado el cabello de mi hermana.

Desvío mi visión a los hombres con los que habla. Leif me observa con fijeza, me relamo los labios y sonrío en respuesta. Este joven apuesto se convirtió en mi amante hace un año. ¿Qué más podría pedir en uno? Que logre hacer que sienta dicha porque nada lo consigue.

Mi mente viaja a lo que sucedió cuando pensé que moriría a los pies del Monte Olimpo, hace un siglo.

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Nunca me he sentido más asustada que ahora. Mi cuerpo se encuentra entumecido y seguro, está tan chamuscado que me horrorizaría si viese mi reflejo. Intento no quedarme dormida, sé que no despertaré, mas al final lo hago.

Al abrir los ojos, con la idea de que me encuentro ante Hades y que estaré pronto en el Tártaro, me llevo una sorpresa. No reconozco esta cama, cuyo colchón grueso y lana suave me insta a dormir. Sin embargo, pese al cansancio, lo mejor es que me levante. Es peligroso bajar la guardia en un lugar desconocido.

Sentada al borde de tan cómodo colchón, percibo mejor donde estoy. Las paredes de piedra de la habitación son de color oro. En las grietas de estas puedo ver una especie de vegetación, que converge en el techo y crean una enredadera que cae. Hay un armario de madera con extrañas figuras, es además de la cama el único mobiliario. La iluminación la ofrece el gran marco de madera que hace de ventana, arriba de la cabecera de la cama. Advierto el dibujo de una mujer incrustado en esta. Me acerco para observarlo mejor. Ella ostenta largos cabellos, fue esculpida con tanta habilidad que puede considerarse hermosa.

—Ella es Freyja, la diosa del amor, la belleza y la fertilidad. Se la relaciona con la guerra, la muerte, la magia, la profecía y la riqueza. Es nuestra líder, desea conocerte —explica una joven de cabellos rubios a la que no he visto nunca.

—¿Quién eres? ¿En dónde estoy? —me levanto de golpe, me tambaleo, casi caigo al suelo de piedra si no fuese por ella. Noto en consecuencia que soy frágil a su lado.

Posee un cuerpo fornido, aunque ello no le quita la hermosura.

—Kára, así me llamo. Te hallas en una de las tantas habitaciones del Vingólf. Es una de las moradas de los dioses y la de las valquirias. Vamos, Melpómene, Freyja las espera a ti y a Euterpe.

Cuando pienso preguntarle como sabe mi nombre, me obliga a seguirla fuera de la habitación. Me deleito con la vista de lo que en un futuro llamaría hogar.

—Todos sabemos como se llaman por Odín. Fue quien las encontró moribundas y las trajo aquí.

La duda me carcome, tal como si un cuervo me comiese las entrañas. Perdida en mis pensamientos, contemplo los pasillos que recorremos antes de llegar a Freyja. No comprendo por qué quien parece ser el dios, de un mundo desconocido, nos salvaría. Espero que sus intenciones sean buenas. Las paredes, como la habitación en la que descansaba, son de piedra color oro. Se hallan cubiertas con enredaderas, de las que sobresalen unas florecillas blancas acampanadas. Despiden una leve luz, cosa que me reconforta.

—Son muguet o convalaria, traen felicidad y su luz es sanadora —me acerco para tocar con suavidad una. Se cierra tras unos instantes y continuamos nuestro camino.

En el techo de aquellos pasillos, la valquiria me explicó que hay dibujadas hazañas de sus dioses. Los colores son tan vivos que da la impresión de que las vives al mirarlas. Cuando llegamos a nuestro destino, no puedo, sino asombrarme del amplio salón en el que estoy. Noto varias mesas de madera con comida, una bebida que Kára llama hidromiel y un ambiente muy alegre. Tanto valquirias, como supongo mortales, comparten en armonía.

Soy guiada ante un trono, en la que se encuentra una mujer cuyos cabellos tienen la tonalidad del sol. Es incluso más regia que Hera, pues ella usa un majestuoso vestido color cielo.

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L

os gritos de Euterpe me sacan de mis cavilaciones. Nos enfrentamos a un mar embravecido, agitado por la ira de Poseidón. Me movilizo para ayudar a recoger las velas. Asustada, le pregunto a Eute si el dios de los mares fue capaz de descubrir nuestra tapadera. Mi hermana alega que no lo cree, tenemos la protección de las runas gracias a Odín. Él nos aconsejó que no fuéramos, sin embargo, al notarnos tan exaltadas, nos permitió bajar a Snaeland por ello.

—No te preocupes, Mel, saldremos de esta. Evitamos quedar encerradas en el Tártaro entre terrible sufrimiento, nada nos hará daño en Iska.

Junta su frente con la mía, me da un beso en ella y se retira para ayudar a remar. Eute es mi consuelo, la razón por la que traicionaría de nuevo al Olimpo.


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Euterpe

—¡Remen, Remen! ¡Odín está con nosotros, llegaremos cueste lo que cueste! —vocifera Leif, el hijo de Rolo y amante de mi hermana.

Todos remamos con más fuerza a su orden. Mantenemos la esperanza a pesar de que el viento azota nuestra cara, apenas escuchamos las voces del otro y olas inmensas nos azotan. No nos rendiremos, llegaremos a Iska a como dé lugar. Traeremos la recompensa a nuestro duro trabajo. La piel de quimera es muy difícil de conseguir, también la sangre de elfo oscuro.

Una ola azota con fuerza, el knarr, como le decimos a los barcos de comercio, tumba a tres de nuestros hombres. Dejo mi puesto para lanzarme a salvarlos. Aunque no hayamos nacido con ellos, pertenecemos y trabajamos para sus dioses, los consideramos nuestra responsabilidad.

Mel suspira aliviada al ver que logré salvarlos, perdimos mercancía con ese azote mas estamos a salvo. Leif grita de júbilo, la tormenta ha cesado y al fin vemos la costa. Por suerte, justo antes de que la desesperación nos engullese.

Remamos en un último esfuerzo, celebramos al arribar a la costa. Un joven de cabellos naranjas nos observa con disgusto. Me tenso al escuchar lo que dice a sus hombres. Antes luchamos por nuestra vida, ahora volveremos a hacerlo.

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Holandés

Observo unos segundos el desastroso barco. Puedo notar que se encuentran cansados, sin embargo, no pagaré por mercancía dañada.

—Matadlos, no dejen a ninguno vivo —sentencio con desdén para retirarme a mirar dicha masacre. Somos el doble de ellos, ganaremos con toda seguridad.

El choque de las espadas con las hachas es lo único que escucho durante un rato. Los vikingos, así les llamamos, se defienden y atacan bien pese al cansancio. De igual manera, esas dos bellas mujeres que vienen con ellos.

Una de ellas, la del casco con alas, se lanza a por mí. Saco una de mis dagas para bloquear el hacha, apenas le hago un ligero rasguño al mango. Salta hacia atrás, esquiva y bloquea mis ataques. Me demuestra que se halla a mi nivel, una pena que no pueda herirme o eso pensaba.

Un tajo de su hacha hizo una herida superficial en mi hombro, lo mismo que mi daga en el suyo. El brillo de la incredulidad se halla en nuestros ojos. Quizás, los dos dimos por sentado que no nos heriríamos. Siempre ha sido así conmigo, no obstante, ¿Quién es ella en realidad? Mi instinto me dice que no es una simple mujer.

Retrocedo a la vez que mi sonrisa se tuerce, esto acaba de ponerse interesante.

El Juego de la ConquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora