Unos siglos atrás, los humanos se hallaban divididos en clases sociales: Primero, la nobleza, la clase dominante que controlaba todas y cada una de las funciones del gobierno. Le seguían en importancia los comerciantes considerados libres, pero jamás ciudadanos de la ciudad donde hubieran nacido. La última clase, sin ningún derecho, fueron los esclavos cuyas obligaciones eran la agricultura y labores domésticas. No existía en lo absoluto un imperio unido, solo muchas ciudades-estado militarizadas que luchaban unas contra otras por el territorio.
Entonces, por sobre todas, una nombrada Delos alcanzó un poderío tal, que llegó a imperar un régimen democrático. Consideraba a todo ciudadano, humilde o noble, alguien competente para intervenir en los problemas del estado. Dicha ciudad no tenía distinción de clases, y parecía ante los ojos del más desgraciado de la sociedad un milagro. Incluso un esclavo podría ser capaz de alcanzar algo más que solo aquello a lo que se le asignó al nacer. No obstante, en algunas ciudades-estados menos poderosas el régimen antiguo se mantuvo.
Cuando el imperio de sus vecinos, los centauros, trató conquistar el territorio humano la ciudad —casi un paraíso para muchos— conocida como Delos unió bajo su mando a las demás. Y juntas por primera vez en toda la historia le hicieron frente a los centauros. Con la victoria de los humanos, Delos se convirtió en la ciudad-estado más importante y poderosa, fue la cumbre del arte y la ciencia; el paraíso de la democracia. Su rival, la ciudad de Cretálos, siempre acechaba incluso antes de las Guerras Centauro, creció con rapidez y le hizo frente. Sus fronteras ya chocaban entre sí y la guerra volvió a ser inevitable. Fueron años, los humanos se debilitaron y su enemigo natural aprovechó para de nuevo contraatacar. Al final surgió alguien conocido como El Unificador. Bajo su estandarte unió todos los territorios en uno y así nació lo que todos conocían como el gran reino de Ática; glorioso y bendecido reino dominado por los humanos.
Su historia era quizás poco conocida, a la cual solo los eruditos, nobles y algunos importantes filósofos accedían. Mientras nadaras en denirs de oro o por lo menos tuvieses una posición de valía en Ática, el conocimiento se abriría para ti. Todo esto analiza Octavius Jules IV de Ática, rey descendiente de aquel conocido como El Unificador.
Con sus manos recorre el cuerpo de una de las amantes; una mujer de piel oscura y ojos de un tono miel. Juega con los senos, redondos y suaves al tacto. Ella se estremece al sentir leves mordidas en estos. La otra amante, una rubia de ojos grises, se aproxima a él.
—Ya vendrá tu momento —promete al besarla, a la vez, sus dedos entran en el húmedo interior de la primera amante.
Abandona los finos labios de la rubia, ordenándole que juegue un poco con su miembro y los dedos se mueven con rapidez dentro de la otra. El gemido de la mujer de ojos miel inunda sus aposentos, ella se incorpora al recuperarse y se une al trabajo que realiza la rubia. Escucha el toque de la puerta e interrumpe a sus amantes para echarlas de la cama. Ellas no rechistan u objetan sobre la actitud del rey, acostumbradas a esto.
—Mi señor, el senador Agustus solicita verle —dice su sirviente, espera con la cabeza baja su proceder.
El rey se envuelve una de las telas de ropa en el cuerpo, deja un hombro descubierto. La tela es confeccionada por los mejores fabricantes textiles; muy suaves y de un tono cielo.
—Hazle pasar —ordena.
A una orden de Octavius la puerta es abierta por el sirviente, este ni siquiera ha presenciado su momento con las mujeres, que solo se vistieron y salieron de la habitación. La puerta se halla algo alejada de su cama, cosa que quizás el sirviente agradezca.
ESTÁS LEYENDO
El Juego de la Conquista
FantasiArmica e Iska son dos continentes a los cuales separa el mar. El primero es todo un territorio de hielo, frío y de tormentas de nieve. El segundo es un paraíso de bosques, montañas y hermosas playas. Lo que comienza con dos musas que han sufrido un...