🗡️ Capítulo 5 🗡️

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Holandés

La mujer retrocede en respuesta al rasguño que le propiné. Me acerco a ella, lanzo una daga que no llega a rozarle y evito otro corte de sus hachas. Mi otra daga va a por la zona baja, ataque que bloquea a la perfección. Seguimos enfrascados en la lucha, incapaces de encontrar aperturas en el contrario.
Tengo pocos recuerdos de mi vida, casi no recuerdo nada de mi infancia. Solo sé aquello que veo ante mis ojos, lo que ahora me hace temer por primera vez en toda mi existencia: Sangre, la cual mana de un corte profundo en mi brazo. Me tambaleo hacia atrás confundido, temí cuando el ligero escozor del rasguño en mi hombro me hizo estremecer. Mis heridas no se cerraban con rapidez como otras tantas veces. Al principio lo creí interesante y no me preocupé, puesto que algunas heridas en mi cuerpo han tardado en cerrarse, ahora temo por mi vida.

La mujer se detiene un pequeño instante al notar el estado en que me encuentro, mas luego continúa los incesantes ataques. Hace que los míos sean erráticos, no premeditados, algunos le alcanzan y otros no. Caigo al suelo aterrorizado al sentir el filo del hacha en mi pescuezo, trata de cortar la carne luego de haber destrozado mi armadura. Espero como todo un valiente mi muerte a manos de ella, cuyos ojos llamean de furia. El fin se halla cerca, solo un tajo me separa del Hades y a la vez me aleja de los Campos Elíseos.

La sangre salpica mi rostro, sin embargo, no es mía, a mis pies yace uno de mis hombres sin cabeza. La ira y la venganza claman en mi interior, causan que me arrepienta de mi anterior actitud.

Una patada baja para intentar tumbarla, un cabezazo que la hace tambalearse mas se mantiene erguida. Es una mujer acostumbrada a la batalla, pero no retrocederé esta vez. Doy un rápido vistazo alrededor y advierto que estoy rodeado. De mis hombres apenas quedan cinco, cosa que debería instar a que me rinda. No obstante, pese a que me juego la vida, saco dagas ocultas en mi armadura y levanto ambas dispuesto a atacar.

La otra mujer que viene con ellos me detiene, inutiliza mis brazos con solo dos ágiles movimientos.

—Dame una razón para no matarte —anuncia la mujer con la que antes luchara, tiene sus hachas en cada lado de mi cuello y en un simple movimiento puede cercenarlo —Requiero una explicación para tan innecesaria masacre, puesto que no la comprendo.

Se me escapa una carcajada, aunque sé que no tiene sentido reírse en esta situación. ¿Qué tan ocurrentes son las Moiras, como para que mi destino sea morir sin cabeza? O tal vez la mujer de cabellos negros, que con la daga tantea mi espalda, lo haga primero. Sea como sea, decidiré mi propio destino.

***
Euterpe
No pensé que regresar a Iska traería tantas dificultades, que morirían muchos de mis hombres. Estos miserables nos conocen como vikingos, mas nosotros somos de Snaeland y, por lo tanto, snalenses.

—Todos salíamos ganando, solo debías efectuar las negociaciones. Es como, por lo que sé, siempre se ha hecho, pero decidiste enfrentarnos y llevarnos al Valhalla antes de tiempo.

Hago una pausa para ordenar a Melpómene que pasee la daga sangrienta por su espalda, la detengo cuando él hace una mueca de dolor. Se merece la muerte, el Tártaro acompañado de un sufrimiento interminable.

—¡¿Consideras gracioso perder a tus hombres? ¿Derramar la sangre de los míos!? Eres una maldita escoria, no mereces una muerte digna.

—Jamás pagaría por mercancía dañada, justo como la que traían al arribar la costa. Además, mientras les pague, mis hombres harán lo que sea por mí —él dirige la mirada a los sobrevivientes de su grupo, rodeados por los que quedan de los míos.

Le hundo una de mis hachas en el cuello, complacida de ver que tengo el poder sobre su vida. Antaño, mi actitud me hubiera asqueado, pero la yo actual lo comprende y acepta.

El Juego de la ConquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora