🗡️ Capítulo 20 🗡️

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Hidra de Peroe

Sé cuántos días o noches han transcurrido, puedo admirar su paso gracias a la pequeña ventana que tengo cerca. Aunque, solo me limito a hacerlo acostado en este lecho. Visualizo con facilidad, cuando cierro los ojos, algunos detalles en la habitación. Hay un espejo oval y un candelabro de bronce con velas cuya llama es rojiza. Aprendí que las piedras en las paredes varían en forma y tamaño, desde diminutos círculos hasta imperfectos rectángulos. El espejo refleja la puerta, que contiene cristales de hielo entre las figuras talladas en ella.

Todo aquello, ayuda a que me familiarice con el entorno. Huyo por cortos instantes de la voz de la elfa oscura, quien se ocupa de cambiar la venda que cubre la herida en mi pierna. Tal labor no le impide comentar sobre cualquier cosa que le acontezca. De boca suya conozco que el Señor Feudal de Fitlia, nombre que tiene el Tercer Feudo, desposó a unas tres esposas y que ella sirve a la primera de todas.

—Mi señora, con la benevolencia que Emeris le otorgara a su estirpe, ha prescindido de mis servicios por el resto del día —la elfa utiliza todas sus fuerzas para crear un nudo y con ello, finaliza el cambio de la venda —Conoce vuestra situación, esposo mío, reza como todos por vuestra pronta recuperación.

Las memorias del elfo oscuro que ahora soy, la carne y sangre que mi cuerpo asimiló, me mostraron que él no es un simple soldado para el Señor Feudal. Es curioso, que exista un amo que valore tanto a los lacayos. Se molesta incluso en dejarles descansar en una habitación para huéspedes de su castillo. No obstante la identidad que tomé prestada por tiempo indefinido, es la de un elfo que sería ascendido en las filas del Señor Feudal. El tan amado héroe, el valeroso y el que sin duda se sacrificaría por un amigo. El tipo de ser tan aburrido que me provoca náuseas, que he de soportar con este estómago pequeño.

—Decidme, ¿sabéis que sucedió el día que me hallaron? —noto la voz pastosa, la lengua amenaza con enredarse ante cada palabra. Soporto las náuseas mientras me esfuerzo por mantener la neutralidad en el rostro.

La elfa asiente con la cabeza y aparta la mirada.

—Un grito se escuchó por todo el bosque, tan desgarrador que caló en el corazón de todos —toma mi mano, tiene la vista empañada, con lágrimas que no quiere derramar —Recé porque todos estuviesen a salvo, mas en realidad pedí primero por vos.

Por un momento, es fuerte el impulso de actuar con frialdad y ser indiferente ante ese dolor. Pienso en lo interesante que sería saber, cuánto puede soportar si le revelo la verdad con una sonrisa. Sin embargo, debo continuar con el papel que interpreto para no levantar sospechas.

Alzo la mano que la elfa oscura no apresó entre las suyas, la coloco en su mejilla y asiento con la cabeza. Ella no tarda en rodearme con los delgados brazos, en acomodarse mejor en la silla junto a la cama que ocupo.

—Os pido perdón, si me torné el motivo de su dolor. Ten la libertad de dejarlo atrás, esposa mía, porque estaré para confortarle.

Ella se relaja en mis brazos y una tras otra, las lágrimas no tardan en caer sobre mi pecho. Escucho los sollozos que la elfa trata de acallar, e insisto en que no se contenga mientras acaricio el suave cabello azul.

—Emeris, el todopoderoso, no dejaría que el Hel se quedase con mi alma. Él es testigo de lo mucho que os amo —cada palabra, casi ansía saltar de mi lengua. Originadas por la mezcla de los recuerdos y el amor que el difunto elfo le tiene a esta.

Momentos después, cuando comienzo a pensar en lo excelente que sería tener alguno de mis instrumentos de tortura, la elfa oscura abandona mis brazos. Veo por el espejo que el Señor Feudal acaba de acceder, en compañía de dos guardias y un sirviente.

El Juego de la ConquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora