🗡️ Capítulo 11 🗡️

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Euterpe

—Lo soñamos, soñamos con su muerte —musito, suspirando con pesar.

La tristeza, de cierta forma, me corroe por dentro y siento el peso de mis decisiones más que nunca. La sensación de estar maldita que asola mis peores sueños no me abandona. Tampoco lo hará, no después de vislumbrar como se cumplen.

De reojo noto a Melpómene sentada a mi lado, con la vista perdida en una esquina de la habitación. Me ofrece su mano como consuelo y la tomo con suavidad.

—Todo aquello que soñamos es profético —afirma pensativa, posando sus ojos en la cicatriz de mi cuello.

Aprieto con fuerza su mano, mi corazón late asustado con el recuerdo de ese día. El día en que Zeus decidió que éramos un estorbo.

—Tal pareciese que estuviésemos malditas, puesto que nuestro camino resulta ser espinoso —prosigue, y su voz me regresa al presente. Lejos de aquellas memorias que se niegan a irse, lejos del recuerdo recurrente de mi querido hijo.

En esta recámara solo dormimos mi hermana y yo, aunque en camas individuales. Fue bastante fácil dividirnos las cinco habitaciones con los integrantes de nuestro grupo, sin embargo, me costó mucho decidir dónde permitiría que Holandés durmiera. No lo deseo cerca mas tampoco lejos. No cuando tengo la sensación de que espera el mejor momento para escapar, traicionarnos e incluso intentar matarnos. Decidí que lo mejor sería que durmiera solo, custodiado por uno de nuestros hombres y bajo llave. Por ello tras verlo alzarse del suelo —de madera desvencijada— sigo cada movimiento suyo, cada expresión que me indique un posible ataque.

Él se mueve hasta hallarse en la ventana del cuarto, acto seguido permite que su visión se pierda en la mañana naciente. Cuando apenas Eos —diosa personificación de la aurora— anuncia la llegada de su hermano Helios, el sol. Su mirada recae luego en nosotras. Nos observa con curiosidad, se cruza de brazos y niega con la cabeza.

—No creo que estén malditas —afirma con seguridad. Ambas clavamos nuestros ojos sobre él porque por un instante da la sensación de tener sabiduría infinita. Y ello me recuerda a cierta diosa. —Cada quien nace por una razón, se prolonga por una divinidad y muere por casualidad...

—Nadie escapa del Hades, ni siquiera los dioses —interrumpe Mel —Sin embargo, tú, inmundo asesino ¿Dices acaso que la muerte de Frey fue solo una casualidad? ¿Una muy triste casualidad? Está muy claro que no.

Melpómene camina hacia donde se encuentra Holandés. Sus miradas se enfrentan, la ira que la diosa Lisa propicia brilla en los oscuros ojos de mi hermana.

—No puedes escapar de la culpa, no puedes escapar sucio traidor. Porque no voy a dudar en matarte si lo intentas —amenaza, acercando su cuerpo al de él. Este muestra una sonrisa divertida en respuesta.

—No es la primera vez que me amenazan —se inclina un poco hacia ella —Bienvenida a la larga lista de personas que desean matarme.

Mel suspira, apretando los puños mientras le observa. Sé con solo verla lo mucho que anhela golpearle, devolver todo el daño que nos hizo. Solo ha traído desgracia desde que le conocimos; merece morir y no de la forma más rápida. Llevada por esos pensamientos me alzo de la cama, con la intención de castigar a quien considero mi esclavo. En un movimiento rápido me posiciono ante él. Mi puño impacta contra su mejilla, mi otra mano descansa sobre mi hacha.

—Es lo menos que te mereces —digo enojada, sin apartar mis ojos de los suyos. Sin importarme en lo absoluto el como endurece su mirada, o el hecho de que saque una daga de su muslo.

La tensión crece entre nosotros, la sed de sangre nos rodea a los tres. Mas por desgracia es calmada por nuestros hombres, pues su entrada enfría un poco la situación. Aunque no por mucho tiempo.

El Juego de la ConquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora