🗡️ Capítulo 10 🗡️

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Dragón negro

Las leyendas afirman que antes los dragones surcaban el cielo. Indomables, temidos por toda especie existente. Antaño mi raza dominaba el mundo. Todo ser vivo se plegaba ante nuestra presencia, pavorosos de sufrir nuestra ira. Pero, cuando la Dragonmaquia dió inicio todo eso cambió.

Una a una las gotas de lluvia caen, provocadas por el dios Freyr. Uno de esos dioses que gobiernan este continente. Es conocido como el dios de la lluvia, del sol naciente y la fertilidad. Admiro la lluvia en la torre más alta del castillo, sentando en el techo empedrado. El tan apetitoso olor de la vampira me obliga a recordarla. La frialdad de su lengua en mi cuello, mi sangre hirviendo ante su toque.

Es inevitable no reaccionar. Resulta tentador caer en su juego, permitir que me cace para poder saborearla. Me resultan interesantes sus últimas palabras. Por supuesto, estoy seguro de que en realidad no quiere recibir una llamarada de mi parte. Aunque trate de provocarlas con cada gesto suyo. Con solo imaginar su pálida piel mordida o quemada, mientras tanto degusto su carne, o ella desnuda mientras juego con cada tramo de su piel. Las llamas que respiro aumentan, a la vez que paso mi lengua por mis dientes puntiagudos. He aceptado su desafío, veremos si de verdad está dispuesta a quemarse.

Aspiro el aire en busca del mismo aroma de siempre. Tan familiar, uno que me indica que un descendiente mío se halla en Birka. Sin pensarlo me permito caer al vacío, desplegando solo mis alas, sin llegar a la transformación completa en dragón. Accedo a uno de los balcones, recorriendo el castillo hasta arribar en los calabozos. Cierta escena (bastante curiosa e íntima) se me revela, por lo que me envuelvo en la oscuridad. Para hacerme uno con las sombras.

Una quimera que no conozco se encuentra arrodillada frente a una celda. Sus cabellos son tan blancos, ondulados y largos que no se parece a una quimera en sí. Las facciones de su rostro son algo delicadas; con pestañas largas de igual tono que su cabello. Labios finos y a la vez una mandíbula marcada. Tiene cierta belleza característica, parecida a la de los dioses o los dragones. Me deslizo en absoluto silencio, controlando mi llameante respiración. Estando más cerca noto quien se encuentra en la celda. Una sonrisa se escapa de mis labios, jamás olvidaría tan miserable presencia. La diosa Elpis estaba aquí cuando llegué por primera vez a Birka. Todavía ostentaba cierto poder. Sus cabellos resultaban ser lacios y tan blancos como la “quimera" que la mira con fijeza. Y en sus ojos había un brillo especial, opacado en este instante por el llanto. Por la desesperación.

No queda nada de la imponente diosa en este momento. Solo una mujer que solloza, sentada en el suelo y observando con pesar sus brazos. Ambos cubiertos de cicatrices desiguales, profundas. Con cierto tono rojizo. Algunas son más nuevas que otras.

—¿Qué es lo que deseas? —pregunta con la voz tomada —¿¡Vienes acaso a burlarte de mi desgracia?! —grita, alzando la cabeza. Sus ojos grises se enfrentan a los azules de la supuesta quimera. Él niega con la cabeza

Alarga su mano, tocando los barrotes en consecuencia. La mirada de Elpis es de confusión pues no comprende lo que hace. Puedo asegurar que esperaba que la maltratase. Que la torture como todos los habitantes del castillo. Esperaba risas silenciosas, miradas crueles o de desdén.

—No... llo...res —tan amables y delicadas palabras salen como una súplica, eso sí, con una clara dificultad. Mis ojos contemplan la dulzura que reflejan los de la “quimera"

Turbado por ello regreso mi visión a la diosa, quien como yo no esperaba tal actitud.
—¿Por qué te cuesta tanto pronunciar palabras? —cuestiona Elpis, posando sus manos en los barrotes. Buscando la cercanía de él

Muerdo mi lengua para evitar resoplar. La supuesta quimera me causa curiosidad. Nada tiene que ver su actitud con la de los habitantes de Birka. Su amabilidad me confunde, su inusual belleza también. A la vez trata a la diosa como un tesoro preciado. Puedo verlo en sus ojos, pero no en su mente. Por más que trato de indagar en su cabeza.

El Juego de la ConquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora