🗡️ Capítulo 23. 🗡️

18 15 0
                                    

El templo más querido de Apolo, se halla en la ciudad llamada Sarias. Feme se ha encargado de propagar tal rumor, ello ha causado el incremento de los siervos. Con la capucha retirada y por ende, el rostro al descubierto Hermes se mueve por los callejones. Aprovecha las noches, cuando la luna es oscura y Hécate está en el cielo, para pasear. No es la primera vez que hace tal cosa y, aunque se puede valer de las sandalias aladas, elige mezclarse con los habitantes.

—¡Por Zeus! Es un alivio que esos rebeldes se hayan desvanecido.

—Bien pueden estar ocultos en alguna parte, Aerturión. Es demasiado pronto para cantar victoria.

Tal plática se desarrolla entre dos hombres que pasan junto a él. Desea quedarse a escuchar lo que dicen, pero se arriesga a atraer la atención. Ha de continuar el camino hacia el templo, donde Apolo le espera.

—La policía civil ha echado el ojo a Heredna, la dueña de La taberna del campanario —el hombre llamado Aerturión lo saca de las cavilaciones.

Hermes dobla la esquina y accede al pequeño espacio que queda entre dos edificios. La conversación entre los que, ha reconocido, son soldados puede arrojar luz a ciertas interrogantes. Desde aquel día, en el que se reuniera con Iris en esas ruinas, estas no hacen más que aumentar.

—¿Tal cosa te parece extraña? Esos rebeldes, que se hacen llamar Los inmortales, causaron un buen alboroto.

Uno de los hombres suspira hondo, como si estuviera agotado.

—En efecto, he sido uno de los que ha peleado con ellos. Tratan nuestras calles, edificios y cada rincón de esta ciudad como si fueran suyos.

—¿Insinúas que conocen la ciudad a la perfección?

—Tanto como un hombre aprende todo sobre la palma de su mano.

Hermes arquea una ceja, se coloca la capucha y retrocede unos pasos. Los hombres siguen de largo, incapaces de advertir que se haya oculto en ese callejón. El sonido de unos dados, tras agitar el vaso que los contiene, lo atrae. Se da la vuelta, oculta la sorpresa que siente al advertir quien lo ha provocado.

—He pensado que te hallaría en templo, rodeado de tus hijos.

Hermes se acerca, cruza las piernas al sentarse ante el dios.

—Supe que esos soldados pasarían, cuáles serían sus palabras exactas. He vaticinado este encuentro, Hermes.

—Entonces, quizás soñaste con las ruinas de una ciudad cercana a esta.

Apolo agita el vaso que tiene entre las manos, retira la palma de la boca de este y lanza los dados. Hermes sigue el camino que estos hacen, el como se detienen a pocos pasos.

—Algo a lo que dejamos de dar importancia ha vuelto. Los hijos de Diomedes lo ocultan, reciben ayuda del otro continente.

—¿Crees que esos...?

—Puede que si, mas no lo aseguro del todo. Si deseas respuestas más concretas, ve al bosque de Melione.

Hermes sonríe con ironía, ambos dados indicaban un solo círculo. Bajo la atenta mirada del dios que ve como amigo, los recoge. Cuando cierra y abre la mano una vez, estos desaparecen.

El Juego de la ConquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora