🗡️ Capítulo 31 🗡️

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Euterpe

Tras explosión de poder, salgo con la princesa del Gremio de las voces. Escucho mis acelerados latidos, la sensación de que ocurre algo malo me insta apresurar mis pasos.

—Todos hemos sentido la explosión, conocemos incluso quién es aquel que la causa.

—¿Significa entonces que esperaban un ataque?

La princesa alza una ceja, toma el control del camino al que me dirijo con una simple orden. Mientras corro junto a ella, advierto que no soy la única que se ha movilizado. Un pequeño grupo nos sigue, los demás asienten con la cabeza en cuanto pasamos.

—Usaremos el polvo púrpura, activará todas las trampas de la intersección —aquellos que nos acompañan, responden a la orden de la princesa con un grito afirmativo.

Pronto nos hallamos en la mencionada intersección, aquella que se divide en seis caminos. Nos incorporamos a la batalla que se lleva a cabo en el medio. Esta es entorpecida por las distintas púas que salen del luminoso techo y del suelo. Los hijos de Diomedes, allí reunidos, luchan contra dos hombres. Advierto que uno de ellos es Holandés, aquel que consideraba un esclavo. Desenfundo mis hachas, me abro paso entre la multitud. El filo del una de ellas, roza la piel de otro hombre que le acompaña. Esquivo la estocada que este planeaba realizar con la espada.

—No puedo permitir que hieras al perro que busca morder.

—Él no le pertenece a nadie —pese a lo irónico que suena, tales palabras abandonan mis labios.

—El collar que ostenta dice lo contrario —el hombre me sonríe, esquivo todos sus cortes y estocadas mientras confirmo lo que dice.

En efecto, Holandés lleva un collar de esclavitud. Sin embargo, no es tal cosa lo que provoca que sienta una ligera opresión en el pecho. Las extremidades de este se hallan cubiertas de cortes y golpes que han adquirido una coloración purpúrea. Aquel brillo en sus iris oscuros, cuando encoge los hombros o sonríe de forma burlona, se ha desvanecido. Estos parecen carentes de emoción alguna al mismo tiempo, suplican por la necesidad de parar el combate.

Salto hacia atrás, una mirada idéntica ha tenido mi hijo fallecido y todavía se encuentra impresa en mi memoria. Casi soy arrastrada al momento de su muerte, a las últimas palabras que transmitiese en un murmullo…

—No deberías distraerte, mujer —el hombre desconocido hiere mi clavícula, el escozor del corte me regresa a la realidad.

—Ha perdido la voluntad.

El hombre me mira sin entender, finjo dar un paso adelante para atacarle y silbo con fuerza. Como esperaba, mi acción provoca que él y todos en el lugar trastabillen. En ese momento de distracción, reconozco una poderosa energía que me estremece. Al fondo, se encuentra un sirviente de la diosa Eris. Los ojos rojizos me escrutan pese a que se nota aturdido.

Aunque deseo correr en aquella dirección, me centro en cercenar la cabeza del hombre ante mí.

—No puedo permitir que lo hagas, es una fuente de información —de un empujón, la princesa desvía el golpe y solo causo un corte profundo en el pecho —Sé que me ha ganado tu furia, pero no debes perder estos instantes.

Aprieto los dientes y asiento con la cabeza. En la entrada de los seis caminos, se encuentran hijos de Diomedes con ballestas. A una orden de la princesa, estos disparan a Holandés, que esquiva algunas flechas y recibe otras de lleno. Corro en círculos a su alrededor, en busca de la oportunidad de atacar a quien sé que le controla.

«No podrás hacerme ni un rasguño» la maliciosa voz que escucho en mi cabeza, es la de aquel que nos ha acusado en la taberna.

Cuando mi hacha realiza cortes rápidos para obligar a Holandés a retroceder, me encuentro con la maliciosa mirada del sirviente de Eris.

El Juego de la ConquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora