🗡️ Capítulo 17 🗡️

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Euterpe

La luna creciente se mantiene sobre el cielo y un día más Selene lo recorre. Puedo jurar que por un momento vislumbré su sonrisa, que la diosa notó mi presencia en la tierra de Iska; en una de sus tantas ciudades.

Sarias se sumerge en una aparente tranquilidad, indiferente al reino del caos que dejé atrás al abandonar la taberna. La neblina se adueñó del salón principal, no obstante ya no se oye ni un solo grito. Temo que el influjo de Hipnos podría ser uno de los efectos de la bruma. Con eso en mente busco rostros familiares, espero que sean los de Melpómene, Ivar, Einar o mis otros hombres. Es inútil tener esperanza en un continente que la perdió, mas es lo único que me queda. Debo aferrarme a ello, pues el recuerdo de ese encapuchado no me deja en paz.

Él sostenía en sus manos una manzana dorada, cuya sola visión acrecentó el deseo de tenerla en mi poder. No importarían las acciones que llevara a cabo, tampoco las consecuencias.

—Euterpe —el humano que me acompaña captura mi atención. Antes, la sola mención de mi nombre deshizo el embrujo que esa fruta maldita ejercía sobre mí.

Sin embargo no confío por completo en quien vislumbro, gracias a las antorchas que se ubican en la entrada de cada casa, es una mujer de mirada suave. Sabe mi nombre, epíteto y que una vez fui la Musa de la música. Una sola palabra suya ante los dioses significa el final de la travesía.

—Lo sé, hemos de alejarnos —busco alguna debilidad en su postura. Estuve dispuesta a atacar allá en la taberna y no he cambiado de idea.

La mujer me observa con fijeza, sus iris fulguran unos instantes y el tono de estos se torna más cercano al fuego.

—Eres una hija de Diomedes —musito, atónita por el descubrimiento.

Ella sonríe, me toma del brazo y se moviliza para continuar. No me resisto o trato de zafarme como hiciese en la taberna. Tras revelar un secreto como ese estamos a mano, puesto que ya conoce el mío.

En la lejanía visualizo la figura de Melpómene y obligo a la hija de Diomedes a apresurar el paso. La necesidad de saber que se halla en perfecto estado desmorona la calma en la que estuve sumida. Una vez cerca advierto que el muchacho de la taberna, cuyo nombre es Zenir, corre junto a mi hermana. Detrás, sus aliados libran un combate contra los soldados.

—Mel —vocalizo, no deseo atraer la atención de aquellos que la acechan. Pronto, la lucha que se desarrolla tan próxima les alcanzará.

La angustia le deforma la cara tras advertirme, en sus pupilas leo la suplica que su voz no transmite. Mi corazón duele al sentirse foco de tal emoción, cual flecha el que no quiera que vaya a su encuentro lo retuerce. ¿Por qué hermana, es que no anhelas que juntas saboreemos la libertad? ¿Acaso no te perturba el peligro?

Permití que Reso muriera en cuanto acaté la orden de Apolo, dejé que mis hermanas sufriesen un castigo que no merecían por mí. Soy impotente, los mandatos de otros vuelven a jugar con mi voluntad. Muerdo mis labios, frustrada por la facilidad con la que esto es capaz de frenar mis intenciones. Cansada de todo, retiro ambas hachas de mi espalda y salgo disparada hacia la lucha que alcanzó a Mel. Soy detenida por la mujer que viene conmigo, ella aplica toda la fuerza de su palma al lanzarme hacia atrás. De forma inesperada aterrizo sobre el suelo, con dificultad me logro alzar.

—¿Qué intentas hacer al impedir que la ayude? —impregno toda la rabia en mi voz. Jamás he sentido tan amable la ira de la diosa Lisa o los susurros de las Manías.

Si con ello me deshago de la hija de Diomedes, acepto con gusto que la locura o la furia posean mi alma. Comprendo que soy su responsabilidad, que sea quien sea aquel que decidió que ella me socorriera tiene un motivo de peso; tras una ayuda desinteresada siempre existe uno. La sangre en mis venas hierve, la magia que ser una antigua musa otorga se liberará y si cedo, la destrucción a su paso acabará con la ciudad. Me arriesgo a mostrar el camino hacia nosotras a los dioses, mas no abandonaré a mi hermana su suerte.

El Juego de la ConquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora