14.Musa.

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Entró en su casa y fue a su cuarto.

Se dejó caer sobre su cama y suspiró.

Suspiró por centuagesima cuarta vez en media hora.

La madre de Astrid le había llevado en coche hasta su casa.

Una vez más, habían destrozado su oportunidad de confesarle a Astrid eso que hacía que no pudiese respirar, eso que llevaba torturándole ya demasiado tiempo.

Que la amaba. Que quería ser el único con derecho a susurrarle te quiero al oído. Que quería la exclusiva de sus labios. Que quería ser el chico de sus sueños.

¿Cómo iba a decírselo?

¿Y, si conseguía decírselo, y ella lo rechazaba?

Tenía claro que no valdría la pena seguir viviendo si Astrid le rechazaba.

Recordó el beso que le había dado en el recreo.

Había sido de mentira, una actuación.

Le encantaría poder recibir un beso como ese de la misma chica algún día, pero que fuera uno natural, uno que significara que sus sentimientos eran correspondidos, que le quería como él a ella.

Enterró el rostro en la almohada. Aquel día había vivido los dos mejores momentos de su vida, los dos con final catastrófico.

¿Cómo podía acabar tan mal algo que había empezado también?

Quizá debería haberse hecho esa pregunta algún tiempo atrás...

Cuando dejó a su primera novia, Alba.

O cuando su segundo noviazgo, con Silvia, fracasó catastroficamente.

O cuando dejó a Lidia.

O cuando rompió con María.

O cuando terminó con Sonia, Sara o Laura.

Sí, él había dejado a sus siete novias.

Él rompió con todas ellas.

Siete chicas guapísimas que no supo o no quiso conservar, porque no le hacían feliz. No le hacían sentir lo que sentía con Astrid.

Sí, sabía que Astrid era su musa.

Se levantó de la cama y se acercó al caballete. Contempló el dibujo que estaba haciendo de Astrid. Y empezó uno nuevo. Uno cuya protagonista también era Astrid. De espaldas, con las manos en el pelo.

Como le gustaría decir que estaba haciendo el dibujo de su novia.

Que bien sonaría: Astrid, su novia.

Era tan perfecta.

Le encantaban sus ojos. Eran enormes y brillantes. Y su melena rubia. Y su piel suave.

Sonrió al pensar que, si él hubiera querido, podría haberse acostado con ella.

Pero no habría estado bien.

Si se acostaba con Astrid, ella debía ser consciente.

Se tumbó en la cama de nuevo, sin poder evitar imaginarse a la chica desnuda.

Qué complicado era conquistar a una chica de la que estabas enamorado.

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Astrid sacó un cuaderno violeta de su escritorio y un bolígrafo azul.

Apoyó la espalda en la pared y empezó a pensar.

Y después, empezó a escribir.
Ese sentimiento que no logro entender,
Esa angustia que me invade cuando no estás a mi lado,
Ese fuego que en mi interior empiezas a encender,
Esa forma que tienes de hacer que no comprenda nada y que, a la vez, lo tenga todo claro.
Esa dulce sensación de tus caricias en mi piel,
Esa necesidad de estar abrazados,
Esas pequeñas cosas que me hacen sentir bien,
Buscar tus labios con mis labios.

Dejó el bolígrafo a un lado.

¿Por qué había escrito eso?

¿Qué era, tonta?

Tonta, no lo sabía. Pero masoquista sí.

Acababa de despedirse de Víctor y ya le echaba de menos.

Maldita sea.

¿Por qué tuvo que conocerle aquel día, yendo a comprar?

Si la princesa abriera los ojos...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora