-¡Víctor!- gritó.
Y echó a correr hacia él.
El chico se dio la vuelta, justo a tiempo para que la joven se lanzara a sus brazos.
A pesar de que seguía molesto con Astrid por haber bebido, no pudo evitar abrazarla.
La quería demasiado.
La apretó contra su cuerpo, acariciando su pelo.
-Quédate conmigo- susurró ella muy bajito y muy cerca del oído de él-. Para siempre.
Víctor no contestó.
Se quedaron abrazados bajo la escasa luz de las estrellas de aquella madrugada del veinticinco de diciembre.
Unos minutos más tarde, se separaron.
Se miraron a los ojos.
-Víctor...
En ese momento, él apartó la mirada.
-Astrid, te quiero. Pero no... No sirve de nada si mañana no te vas a acordar de que te lo he dicho- dijo con tristeza- . No creo que cualquier cosa que hubiera entre nosotros funcionara. Adiós Astrid.
Y se marchó, dejando a su espalda a una chica que se había enamorado de él y a la cual acababa de romper el corazón.
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Astrid entró en su casa, fue a su cuarto y se metió en la cama, después de descalzarse.
No se quitó el vestido.
No la apetecía nada... Bueno, sí: morirse.
Y además la dolía muchísimo la cabeza.
Se quedó dormida antes de poder darse cuenta.
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Acababa de rechazar a la chica de la que estaba perdidamente enamorado
y se había ido a su casa.
¡Estúpido! ¡Imbécil! ¡Gilipollas!, le gritaba su corazón.Por otra parte, su mente era más comprensiva con él.
De hecho, había sido su mente la que le había obligado a hacer lo que había hacho.
Y ahora tenía una nueva meta: olvidar a Astrid y a algo que no había llegado a pasar.
Sería difícil, lo sabía. Pero debía hacerlo, por su bien y el de Astrid, ya que parecía evidente que él no era para ella. Solo había sido capaz de decir lo que sentía habiendo bebido.
Algo fallaba en esa relación... ¿en qué relación? No había habido ninguna relación.
¿Estaba siendo demasiado melodramático?
Muy posiblemente; era una tendencia natural. Como la de ser tan romántico. Sí, tenía serios problemas con sus dos debilidades.
Pero también tenía una fuerza de voluntad que le había ayudado a conseguir todo lo que se había propuesto en sus diecisiete años, desde conseguir la colección entera de dinosaurios de juguete que regalaban con unas galletas cuando era pequeño hasta sacar un diez en la nota final de lengua (su asignatura más odiada) cuando estaba en cuarto de la ESO.
Bueno, ahora su expediente de logros estaba enturbiado por la posible única cosa que necesitaba conseguir de verdad: a Astrid.
Pero eso ya no tenía solución. Solo le quedaba la amarga realidad de que amaba a esa chica, el dulce recuerdo del sabor de sus labios y la horrible obligación de pasar página.
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Si la princesa abriera los ojos...
RomancePara Astrid, el mundo deja mucho que desear. Sola, sin amigos en los que poder confiar al mudarse con sus padres. Y entonces conoce a Víctor, un joven de ojos traviesos y muchas ganas de disfrutar de sus propias locuras. ¿Será capaz de abrir los oj...