La noche
Kei estaba cansado. Tras pasar tantos minutos corriendo, se había agotado y tropezado varias veces. Sus rodillas se habían llenado de raspaduras y, solo en medio de la noche en un parque de la ciudad, no tenía a nadie cerca que pudiese ayudarle.
—Hermano... —gimoteó, con la voz rota por las lágrimas. Aun así, se obligó a agitar la cabeza y apartar aquel pensamiento de su mente. No; no lo necesitaba. Kei no necesitaba a nadie; sabía cuidarse solo y por lo menos tenía claro que no era un farsante como él—. Papá y mamá sabían que me estuvo engañando todo este tiempo y no me dijeron nada... Ellos son igual de malos.
Indefenso, se encogió todavía más contra su pecho y rodeó las rodillas con los brazos. A pesar de la protección del fuerte de plástico, la brisa nocturna lo hacía temblar. Aún recordaba los gritos de su familia, pidiendo que volviese a casa mientras lo perseguía, pero pronto se disiparon: sus zancadas siempre habían sido mucho más largas que las de los demás Tsukishima. Nunca fue fanático de esforzarse más de la cuenta, ni siquiera jugando con sus amigos, pero en aquel instante solo había deseado alejarse de todos y no volver a verlos jamás.
—Yo creía en ti, hermanito... —sollozó.
—Oh, ¿tienes hermanos? —Kei saltó en su sitio, asustado, y observó con horror cómo otro niño de pelo negro y alborotado y sonrisa tímida lo observaba desde la boca del fuerte—. ¿Entonces por qué estás aquí tan tarde? ¿Te has perdido?
Su voz era aguda, insistente y alegre; Kei no supo qué parte de aquello lo irritó más—. Déjame en paz.
—¡¿Por qué?! ¡Has invadido mi fuerte; tengo derecho a existir respuestas! —Aquel niño quizá lo superaba por uno o dos años, por la forma visible de su cuerpo a través del semicírculo que era la entrada, pero trataba de parecer demasiado adulto para su bien imitando las películas de la tele. Kei contuvo un resoplido y se encogió todavía más.
—No vi tu nombre escrito.
—¡Pues ahora sí! —De forma bastante prolija, el joven moreno había escrito sobre la arena los kanjis de lo que supuso que era su nombre.
—¿Cresta negra?
—¿Qué? ¡No! ¡El segundo kanji es rabo! ¡Se pronuncia Kuroo! —Sus mejillas se inflaron de rabia y Kei no pudo evitar reírse de él. Aunque pensó que se molestaría por su reacción, el tal Kuroo se rio con él. En su distracción, había entrado en el fuerte y sentado a su lado—. ¿Seguro que no pasa nada? Tus papás deben de estar preocupados...
—¿Y los tuyos no? —replicó, molesto por las constantes preguntas. Él por su parte se encogió de hombros y alzó la mirada al cielo. Aquel búnker azul de plástico tenía cuatro entradas al semicírculo y un gran agujero en el centro con unos escalones por los que se podía salir. Las estrellas eran visibles a aquellas horas de la noche.
—Ahora mismo están ocupados gritándose, así que no se acordarán de mí hasta dentro de un buen rato.
Kei lo observó con angustia, como si aquella tranquilidad por parte de ese niño fuese digna de castigo. ¿Acaso no se tomaba nada en serio?
—¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
—Soy Tsukishima... —murmuró con desgana. Entonces se dio cuenta de cómo Kuroo jugaba con sus dedos cada vez que hablaba, como si estuviese contando las respuestas posibles antes de decidirse por una. En cierto sentido, parecía bastante tímido.
—¿Y te llevas bien con los Tsukishima, Tsukishima?
—Pues... normalmente sí. Mi hermano es un idiota, pero...
—¿Qué hizo?
—¡A ti te lo voy a contar!
—Pues espero que sí. —Su honestidad y curiosidad lo aturdían y perdía el hilo de la conversación. Kei ya no sabía cómo responderle a nada con aquellos ojos grises y afilados clavados en él—. ¿Seguro que no quieres volver a casa? Puedo acompañarte.
—¡No; no quiero verlos de nuevo!
—¿Estás seguro de eso? —Ante aquella nueva pregunta que añadía a la lista, Kei volvió a observar la cara de Kuroo entre sus manos. Seguía sonriéndole con amabilidad, pero se encontraba un tanto retraído—. De camino al parque escuché a alguien gritando por un tal "Kei", que me imagino que eres tú. Tampoco hay muchos rubios por la zona, así que... Si te siguen buscando es porque se preocupan por ti; no deberías perder algo tan bonito.
La única razón por la que Kei no sintió lástima por Kuroo fue porque antes tendría que sentir lástima por sí mismo y su orgullo ya era demasiado grande para permitirse esa derrota. En su lugar, pensó en lo que le había dicho. Solamente unos segundos después, escuchó la voz amortiguada de su hermano mayor, Akiteru, llamando por él.
—Venga, vuelve a casa, Kei. Todo puede ser siempre peor, así que aprovecha lo que tienes.
El niño gruñó, asqueado, ante la mano de dedos flacos y retorcidos que le extendió Kuroo. Estaban llenos de arena y tierra y tenía las uñas mordidas hasta la carne, pero la sonrisa que se encontraba detrás era verdadera. Al final, suspiró y se dejó arrastrar por él hasta el exterior de su fuerte.
—¡Kei! —exclamó Akiteru nada más ver su cabeza. Se lanzó de rodillas a su lado y lo abrazó con fuerza, aunque él no reaccionó. La mano de Kuroo seguía sobre la suya y este la apretó, incitándolo a que actuase. Con resignación, Kei se limitó a apoyar sus dedos sobre los hombros de su hermano—. ¡Lo siento mucho, lo siento mucho! Por favor, no nos des estos sustos de nuevo... —murmuraba en su oreja. Él seguía enfadado, así que prefirió ignorarlo.
—¿Volvemos a casa?
—Sí... ¡Sí! Mañana prepararemos una tarta de fresa, tu favorita —declaró, con una sonrisa nerviosa. Aun así, Kei no reaccionó, limitándose a asentir. Fue en aquel instante que el mayor se dio cuenta de que había otro niño allí—. ¿Oh, estabas con él?
—Sí, estuve pendiente de él. —Parecía todavía más cohibido que antes, con su movimiento nervioso de manos siendo mucho más exagerado, pero su sonrisita amable no se despegaba de sus labios—. Cuidadlo bien, ¿vale? —Akiteru asintió, enternecido ante aquella presencia—. Pues ya me voy, Tsukki. No seas demasiado, ¿entendido?
—¿Por qué me llamas así? ¿Quién te dio permiso para cambiarme el...?
—¡Hasta luego, Tsukki! ¡Ojalá nos encontremos de nuevo!
Y, como llegó, desapareció. Aunque Kei deseó golpearlo por un instante, no pudo negarse que su atención había sido de gran ayuda para él.
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Set; drabbles de Haikyuu!!
FanfictionCada experiencia dentro de la cancha de vóleibol te hacía crecer como jugador. Y si algo no salía bien, siempre había un siguiente set para cambiar las tornas. Ojalá sus vidas fuesen tan básicas y simples, con una segunda oportunidad para enmendar t...