Kitadai

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La noche, que había sido tormentosa durante todo el camino, se volvió apacible en las proximidades de la laguna

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La noche, que había sido tormentosa durante todo el camino, se volvió apacible en las proximidades de la laguna. La luna, gigantesca e inabarcable, se reflejaba en los ojos castaños del príncipe, que, con inseguridad, avanzó por aquel sendero que se había formado tras el paso de otras personas días, meses, años, lustros, décadas atrás. Aun así, se vio obligado a agarrar su capa de armiño para que no se le enredase entre la hierba bañada de rocío. Las estrellas, azules, brillaban más que nunca desde allí y se permitió apagar la antorcha que había empleado en la cueva que servía de entrada a la laguna. 

Las aguas reflejaban el resplandor de las constelaciones y, sobre ellas, danzaba una docena de diminutas luciérnagas que había escapado en cuanto las salpicaduras del trozo de madera carbonizado rompió el manto de paz.

La luna ya se hallaba en el centro de las aguas cerúleas. Era la hora. El príncipe tragó saliva y esperó con impaciencia que sucediese algo.

—Si miráis tan fijamente al mar, este acabará tragándoos, caballero. Tened cuidado.

El joven se sobresaltó ante aquella voz a sus espaldas y, arrastrando un pie hacia atrás, desenvainó su espada. O eso pretendió. Los ojos del príncipe quedaron clavados en aquella figura. Parecía humana, pero al mismo tiempo era translúcida y de un blanco cadavérico. Su cabello, pegado a la frente, era de plata; sus ojos, de oro; sus labios, de bronce. La única prenda de ropa que podía distinguir era una túnica grisácea de gran vuelo y anchas mangas; tenía los pies descalzos y las manos enjoyadas de oro blanco.

—¿Sois vos el Guardián de Luz?

—Oh, cada uno de vuestros pueblos escoge su propio nombre: Deidad Dorada, Zorro Blanco, Dama del Lago, Capitán de la Noche... Podría decirse que sí soy de quien habláis.

El príncipe redujo la presión sobre la empuñadura de la espada; no se había dado cuenta de que, en el momento que comenzó a hablar, había vuelto a aferrarse al gavilán. 

—Soy Daichi, de la dinastía Sawamura, y el heredero al trono de Karasuno —reafirmó sus palabras señalando con el pulgar el escudo de un pájaro negro en su hombro izquierdo—. ¿Es cierto que concedéis deseos?

La mueca neutra pero sonriente del Guardián de Luz se mantuvo impasible. No hizo más que responder con otra pregunta—. ¿Qué es lo que deseáis tan fervorosamente como para atravesar territorio enemigo, un erial y una cueva infestada de monstruos?

—Ser un buen gobernante. A mi padre ya no le queda demasiado tiempo de vida, por lo que heredaré el trono en breves. Necesito saber que todo lo que haga será la elección correcta, que estaré a la altura del cargo.

—Si se me permite la pregunta..., ¿qué consideráis que significa ser un buen rey?

El príncipe llevó una mano a sus guanteletes de acero instintivamente. El frío del metal lo calmaba ante las preguntas más difíciles en el palacio de su padre, pero allí, ante aquella voz serena e hipnotizante, todo parecía más confuso que antes.

—Supongo que alguien que puede hacer feliz a todo el reino.

—¿Y quién es el reino?

—Pues todos —respondió bruscamente, como si la respuesta fuese obvia.

—Si un terrateniente arrasa las tierras de otro en una disputa nobiliar, ¿cómo haréis felices a todos?

—Eso no es lo mismo. Hacer felices a todos no significa ignorar la justicia. Quien hace el mal, merece ser castigado.

—Comprendo. Actualizaré el escenario para definir lo que vos deseáis. En medio de una guerra entre casas nobles, estas tierras arrasadas no son el único problema, sino que los campesinos se mueren y las campesinas son prisioneras para usos sexuales. Un superviviente aparece en las cortes y declara que su señor está exigiendo un impuesto mayor para compensar las pérdidas bélicas, un impuesto que no es capaz de pagar. ¿Cómo haréis felices a todos?

—Pues obligaría al noble a regresar al pago acordado.

—¿Ha hecho el mal ese hombre, entonces?

—No, pero...

—¿Creéis que está feliz con su decisión?

—¡Por eso acudí a vos! —exclamó, abochornado. Como príncipe, nadie lo había interrumpido o menospreciado de aquella forma. Sabía que no tenía poder sobre el mundo mágico, pero aquello no implicaba que dejase de merecer respeto—. ¡Quiero dejar de dudar de una vez!

—Ese, príncipe, es un deseo muy peligroso —dictaminó el Guardián de Luz. Lentamente, se acercó a él y, con sus garras de lamia, dibujó en el aire un contorno plateado del heredero al trono.

De repente, este se vio paralizado y ni sus cuerdas vocales alcanzaban a moverse. Ni siquiera tuvo tiempo de decorar su semblante con una mueca de pánico, pero sus ojos se mantuvieron fijos en aquella sonrisa lastimera que le dedicaba aquel espíritu.

—Seré benevolente con vos, príncipe Daichi, por lo menos esta vez. La única forma de no dudar es no pensar, y creo que estaremos de acuerdo en que sería una de las peores facetas de un monarca. Los deseos deben ser concretos y precisos si no queréis recibir un resultado desfavorable así que, cuando recordéis esta conversación en unos cuantos años, pensadlo de nuevo antes de adentraros sin pensar en mi laguna. Habéis pedido un deseo que ya estaba cumplido antes de nuestra conversación; ahora me he dedicado a romperlo. Solamente espero que no sufráis demasiado por jugar con los hilos del destino y lleguéis vivo a nuestro próximo encuentro.

Cuando despertó en su alcoba, el príncipe gritó.

Esta trama nació porque iba a hacer un pedido en el Color Club de Kita pero no se aceptaban pedidos homo, así que tuve que hacerlo yo porque necesitaba verlo por escrito, tbh

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Esta trama nació porque iba a hacer un pedido en el Color Club de Kita pero no se aceptaban pedidos homo, así que tuve que hacerlo yo porque necesitaba verlo por escrito, tbh. A día de hoy lo sigo amando mucho, no sé por qué.

Llevo mucho tiempo sin ver a mi Shinsuke, así que quizá su personalidad no la tenga tan bien definida, tbh :(

Set; drabbles de Haikyuu!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora