Hiruhoshi

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Lejos

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Lejos

—¡Venga, Sachirou, apúntate!

El mencionado, al otro lado de la línea telefónica, cerró los ojos y suspiró. Notaba el sudor de sus manos y cómo se le escurría el móvil de los dedos. Aquel verano estaba siendo especialmente caluroso—. Aún tengo algunas cosas pendientes de hacer, Hoshiumi; quizá la próxima vez.

—¡No existe próxima vez! ¡Todas las próximas veces son iguales a esta! —exclamó. Hirugami apartó el altavoz del móvil de su oreja derecha por instinto, pero sabía que él no empezaría una discusión. Al fin y al cabo, no lo odiaba por ello, sino que...—. Te echo de menos. Hace mucho tiempo que no te veo...

Sino que se preocupaba por él. La sonrisa de Hirugami se le agrió en los labios. Se alegró de estar solo en su habitación y que nadie pudiese ver su lado vulnerable. Sorbió por la nariz y trató de mantener la voz tan amable como siempre—. Trataré de estar disponible para el próximo plan. Pásalo bien con los chicos en el río, Hoshi.

—Te mantendré informado de cuántas veces Hakuba y yo ahogamos a Nozawa. Habrá pruebas fotográficas del crimen.

—Y de la riña de Suwa y Kanbayashi espero que también.

—¿Crees que me voy a arriesgar a tener un móvil en la mano al lado del capitán? —Ambos se echaron a reír, como si nada hubiese pasado, como si estuviesen en persona, burlándose del mundo y de sí mismos mientras el viento refrescaba sus eléctricas mentes. Hirugami no necesitó verle la cara a Hoshiumi para saber que estaba sonriendo con su aura orgullosa y determinada que lo caracterizaba. Deseó poder verlo en persona—. Te hablaré a la noche, 'Chirou.

—Es una promesa. Trata de sobrevivir hasta ese momento. Hasta luego, Hoshi.

Y colgaron; no supo quién lo hizo antes. Los ojos marrones de Hirugami se clavaron en el teléfono, como si pudiese hacerlo hablar con la voz de Hoshiumi con solo desearlo. Y podía, pero no tenía derecho a ello.

Sus amigos, los del equipo de vóleibol de Kamomedai, lo pasarían bien todos juntos, refrescándose en mitad de aquella ola de calor y conversando sin miedo a que las agujas del reloj siguiesen su curso. Estaban en vacaciones de verano, al fin y al cabo. Hirugami observó el paisaje a través de las ventanas abiertas de su habitación y las rendijas de la persiana de aluminio. Sus dedos se aferraron a ellas, como si Hoshiumi fuese a aparecer en su casa en medio de aquel bochornoso y húmedo día..., pero no lo haría. Estaba ocupado pasando tiempo con sus amigos y disfrutando del único día de agosto en el que el cielo no estaba nublado.

Y luego estaba él, Hirugami Sachirou, encerrado en su casa con un abanico de papel en un mano con el logo de los Schweiden Adlers, el equipo de su hermano, y un vaso de té helado en el que su nombre ya había perdido significado. Al contrario que todo su equipo, él no hacía otra cosa que alejarse más y más de sus seres queridos. Mientras ellos formaban un vínculo, él no tenía nada, ni siquiera alguna estúpida tarea como le había comentado a Hoshiumi. Él solo era un farsante.

Y todo porque estaban en verano, porque hacía calor y porque la mayoría de los planes implicaban quitarse la ropa. Hirugami sacudió su camiseta para despegarla de su cuerpo, pero la humedad anulaba todos sus intentos de evitar sudar más prendas. Trataba de evitar en la medida de lo posible tener que desvestirse para algo más que quitar y poner el pijama o lo que usase para dormir. Por eso no se duchaba con los demás al final de los entrenamientos y desaparecía con rapidez tras cada uno de los encuentros.

En comparación con cualquier otro ser humano, se sentía enorme y desproporcionado, con unas caderas demasiado anchas y demasiada grasa rodeando todo su cuerpo. Por eso se sentía tan incómodo en la presencia de los demás, como si fuesen a juzgarlo por su aspecto o ridiculizarlo a sus espaldas. En cierto sentido le parecía una forma de pensar estúpida; no negaba haberse fijado en cómo era la complexión de los demás jugadores del Kamomedai mientras estaban en los vestuarios. Y, sí, Gao era enorme y mucho más ancho, pero también se debía a que era el más musculoso de todos. Por otro lado, estaba Kanbayashi, quien sí que poseía un cuerpo más blando, parecido al suyo, pero jamás lo veía incómodo por ello y, de alguna forma, en él se veía bien. ¿Cómo era posible que un cuerpo semejante se sintiese mucho más atractivo que el suyo? ¿Quizá por la altura o quizá por no verlo y sufrirlo cada uno de los días de su vida?

—¡Sachirou, a comer! —gritó su hermano desde la cocina. Fukurou casi nunca estaba en casa por los entrenamientos, al igual que Shouko, su otra hermana, por lo que el verano —y aquel mes en específico— era el único momento en que podían coincidir todos y hacer una vida normal en familia.

Aunque, cómo no, también implicaba que era la época en la que más se comparaba con todos, en la que más sentía que no encajaba en su propia familia y sus cuerpos atléticos y trabajados. Ellos eran perfectos en todo, y después estaba él, Sachirou, la oveja negra incapaz de seguirle el ritmo a los demás.

Había tratado de adelgazar varias veces, pero luego llegaba la época de exámenes y la ansiedad reforzaba sus atracones nocturnos. Hirugami tenía claro que si regulaba aquel consumo acabaría generando otro, como la cafeína o algún estimulante que lo mantuviese despierto, así que tampoco tenía fuerzas para probar algo nuevo que también supusiese una futura adicción peligrosa para él.

Un nuevo verano comenzaba y las inseguridades resurgían, aunque las hubiese ignorado durante tantos meses en un pueblo al lado de una montaña siempre cubierta de nieve. Al final, sacaba su larga lista de "cosas que Sachirou no hace por vergüenza" y tachaba un nuevo plan, una nueva manera de hacer y mantener amistades.

No le extrañaba que jamás hubiese tenido grandes amigos ni que estuviese soltero desde el principio de los tiempos. Hirugami comprendía que estaba destinado a no tener amigos ni pareja, que todo sería un encuentro pasajero hasta que los demás se aburriesen de sus negativas. Por eso jamás había confesado sus sentimientos a nadie que le gustase, como era el caso de Hoshiumi.

¿De qué servía comentar nada si, aun teniendo suerte, tendría que salir corriendo después, aterrado por tener que desvestirse ante otra persona? ¿Por qué se esforzaría en cuidar algo si, incluso si lo aceptasen, él querría seguir huyendo?

La vida era una batalla perdida, y las únicas que Sachirou podía comprender eran las de los libros.

La vida era una batalla perdida, y las únicas que Sachirou podía comprender eran las de los libros

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No sé por qué soy una payasa y no sé ni cumplir mi propio límite de palabras, ayuda. Y la familia Hirugami es otro de mis kinks, asies

Set; drabbles de Haikyuu!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora