La proyección de una sombra
La vida de un emprendedor nunca era la más sencilla. Las voces discordantes jamás estaban de acuerdo con el modelo de negocio y los posibles aliados eran tan confiables como un cuervo en un camposanto...
Aun así, Rintarou ya se había acostumbrado a aquel estilo de vida arriesgado, a la sospechosa mirada de los guardianes del orden y a la excesiva necesidad de los retratistas de regalarle arrugas donde, por supuesto, no existía nada.
—¿Tanto me odiáis? ¿Por eso me habéis dibujado tan feo?
—¡A callar, prisionero! ¡Como te vuelva a ver robando a los guardas, te cortaré las manos yo mismo!
Rintarou alzó los brazos en señal de rendición y dejó que aquel folleto de recompensa se escapase de sus dedos, bailase entre los barrotes de hierro de su celda y se perdiese entre el vendaval matutino de Montealto. El frío del bosque invernal atizaba casi tanto como el látigo del capitán de la guardia armada, pero de él no poseía ningún tipo de protección. Si al menos lo hubiesen descubierto robando un abrigo de pieles y no un laúd con inscripciones en plata...
Sin nada más que hacer mientras lo transportaban en una celda de exclusivo carruaje personal, Rintarou resopló de rabia y se encorvó todavía más hasta tocar el pecho con las rodillas. Aquella no había sido una buena época: sus éxitos pasados lo habían envalentonado hasta comenzar a preparar robos y hurtos a nobles más distinguidos y aquello casi fue su tumba.
Si no fuera poco, se había permitido tener un socio por una vez en su vida, Atsumu, y este había salido corriendo en cuanto detectó la primera señal de peligro, sin jamás mirar atrás... Le había enseñado todos sus trucos a aquel traidor y a cambio solo había recibido una lengua más afilada y rápida que solo había conseguido meterlo antes en problemas...
Era pensar en aquel imbécil y querer ver el mundo arder, ¿pero de qué le servía aquel deseo si estaría en prisión, alejado del desastre que quería presenciar con sus ojos de zorro viejo?
Rintarou no era dado a las grandes decepciones y aceptaba las desgracias de la vida como algo necesario para mejorar sus capacidades como ladrón, pero que hubiese sido precisamente Atsumu quien lo abandonó dolía el doble.
Quizá fue el pensamiento, quizá fue algún remordimiento extraño en la mente de aquel impertinente gallo de pelea, pero el carro se detuvo, los soldados comenzaron a gritar y una batalla comenzó. Rintarou se puso de pie como bien pudo, aferrándose a los barrotes para ganar empuje donde no había espacio. Y, entonces, vio a aquel estúpido, inaguantable y peligroso monstruo: Osamu.
Poseía el mismo rostro que Atsumu, pero sus ojos eran más opacos, su cabello más translúcido. Sus movimientos con la espada eran tan fluidos y escalofriantes como aquella primera vez que lo vio combatir y no tardó en provocar un río de muerte como el último sacrificio en un altar que no esperaba que volviese a presentarse ante él.
Con las pupilas dilatadas, la sangre en su rostro, la respiración acelerada y la espada hundida en el último de sus captores, Osamu había alzado la vista hacia él. Estaba enfurecido por el combate, pero frustrado por el reencuentro.
—Nunca debiste acercarte a mi hermano. Yo te lo dejé muy claro.
—Quien se alejó de él fuiste tú —respondió al instante Rintarou, sin importarle las cadenas, los barrotes o el crimen de dejar escapar una huida—. Si te dedicas a dar vueltas por el mundo y no prestarle atención, ¿cómo esperas que Atsumu no sea tan inestable? ¿Acaso estás tratando de compensar sus pecados? Si yo quisiera matarlo, ya lo habría hecho, Osamu. Al fin y al cabo, no dejo de ser tu antiguo compañero de armas.
Osamu no respondió. Lo observó con desgana y después volvió a apartarse, como había hecho tantas veces. Se puso a revisar los cadáveres y encontró las llaves de su celda. Cuando las lanzó en su dirección, toda emoción había vuelto a desaparecer de su rostro.
—No estoy compensando sus pecados; estoy evitando que su mierda salpique a los demás.
—La mierda es mierda; hay que dejarla fluir o acabas explotando. Quizá fue eso lo que te pasó a ti cuando decidiste asesinar a mi prometida porque no aceptabas que estuviese cagando fuera del tarro.
—Lárgate de una vez; ya eres libre.
—Yo nunca seré libre, Osamu, y tú menos. La única razón por la que no te he matado es porque sé que sufres más recordando que eres tan despreciable como cualquiera de los delincuentes que matas por dinero.
Rintarou le tiró las llaves de vuelta al guerrero, sin inmutarse, y con un simple empujón la puerta de la celda se abrió —. Yo no necesito la ayuda de nadie; tú eres quien mejor lo sabe. Si no puedes con los remordimientos de haber arruinado la vida de los demás por no aceptar que no te estaríamos esperando eternamente, es problema tuyo. No quiero saber nada de ti ni de tus delirios de grandeza, así que cobra mi recompensa o márchate.
Y, como era habitual en él, Rintarou mentía. Atsumu había perfeccionado su técnica hasta tal punto que ni él mismo detectaba su propia desesperación. Él veía a Osamu y pensaba en el cadáver de su prometida. Él veía el viento y pensaba en los besos de Osamu en la nuca. Él veía los carteles de recompensa y pensaba en que aquel gran guerrero jamás fue considerado un criminal y él sí.
Su historia había terminado antes de comenzar y, sin dirigirse la voz ni la mirada, ambos aceptaron que jamás se librarían de la amarga sombra que proyectaron sobre la vida del otro.
Esto iba a ser algo fluff inspirado en la Saga de Geralt de Rivia, pero en cuanto puse de voz narrativa a Suna pos me desvié un montón, uhejioksal. No sé si es precisamente lo que quieres, LauraKatalinaAmaya, pero es algo (?
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Set; drabbles de Haikyuu!!
FanfictionCada experiencia dentro de la cancha de vóleibol te hacía crecer como jugador. Y si algo no salía bien, siempre había un siguiente set para cambiar las tornas. Ojalá sus vidas fuesen tan básicas y simples, con una segunda oportunidad para enmendar t...