OsaSuna

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La Luna y su asteroide

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La Luna y su asteroide

Suna había escuchado desde pequeño el discurso de que la familia lo era todo, que no había nada tan estable y fuerte como la sangre y que solo se podía asegurar que sería ella quien cuidase de uno de sus miembros en el caso de necesitarlo —lo que en cierto modo solo le generaba más ansiedad al estar tan bajo el listón—. Y, a pesar de todo ello, no sintió lástima cuando supo que su padre había muerto en un accidente laboral. Una máquina de la fábrica donde había trabajado soldando no respondió a tiempo y le había golpeado la cabeza. Ni siquiera pudo quejarse del golpe, por lo que le comentó su madre en una extraña forma de aliviar el dolor.

Quizá sí que lamentó algo: si estaba muerto, no podría ayudar a su madre a cuidar de la casa —y de él, que ser un adolescente mimado siempre eran muchos gastos—.

—Incluso muerto da problemas ese capullo...

—¡Suna Rintarou, muestra un poco de respeto, que él era tu padre!

Como cada vez que su madre protestaba por su forma de referirse a él, Suna agachó la cabeza y se mantuvo callado. Nunca había comprendido esa veneración por las jerarquías familiares, sobre todo sabiendo que ese hombre era un borracho que, aunque al menos traía dinero a casa, solo sabía discutir con él por todas y cada una de las decisiones en su vida. Con su madre tampoco compensó ese sufrimiento: era un idiota que se pasaba el día fuera enganchando el trabajo con el bar y en cuanto llegaba a casa se tumbaba y ni limpiaba ni se preocupaba por ninguna tarea. Por lo visto era asunto de Xian Xue, como si ella no tuviese un oficio propio como profesora de infantil y que le quitaba la mayor parte de su tiempo...

A pesar de que no valorase excesivamente los lazos familiares, Suna quería mucho a su madre y se preocupaba por ella aunque las palabras no saliesen de su boca tanto como hubiese deseado. Así fue como no se sorprendió cuando le comunicó que se mudarían a China, de donde procedían los abuelos y, por lo tanto, Xian Xue.

Sabía que la situación económica no era la mejor como para poder mantenerse entre los dos, así que Suna accedió —si podía decirse así, ya que sabía que su voto no contaba—, aunque por dentro estuviese retorciéndose de rabia por dejar atrás a la gente que le importaba con lo que le costaba mantener la relación con otras personas: tenía a Mika, la mejor amiga que nadie podría pedir; tenía a Motoya, el peor amigo que se podría pedir; tenía a Atsumu, la cansada pero más entretenida carga que se podía soportar; y tenía a Osamu, el novio que más le hacía sentirse en casa.

Y cuando perdió tanto su hogar como a las personas que conformaban aquel imaginario y abstracto círculo en el que nadie encajaba con los demás sin explotar, se sintió por fin como el lobo solitario que decían que era. Sus abuelos maternos no vivían precisamente en una ciudad sino en las granjas que rodeaban los sinuosos campos de arroz que los pobres como ellos debían trabajar. La conexión a Internet aún era la tarea de un profeta que aún no había llegado y ni siquiera la cobertura era excelente porque el cableado no se instalaba con propiedad con tantos desniveles y humedad —lo que no dejaba de ser una excusa más para admitir que estaban muy atrasados en nivel de infraestructuras—.

Set; drabbles de Haikyuu!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora