1° 𝗘𝗻𝘁𝗿𝗲𝗴𝗮 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝘀𝗲𝗿𝗶𝗲 𝗹𝗼𝘀 𝗔𝗿𝗰𝗮́𝗻𝗴𝗲𝗹𝗲𝘀 𝗱𝗲𝗹 𝗜𝗻𝗳𝗶𝗲𝗿𝗻𝗼.
Nadie esperaría que la chica en exceso timida, estudiosa y reservada que se sentaba al final de la clase y que trataba de evitar llamar la atención, desesp...
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Fantástico, alucinante, sorprendente, delicioso. Cuatro palabras que definen perfectamente cómo me he estado sintiendo durante estos últimos dos meses en las sesiones sexuales. A raíz de aquella mañana donde le enfrenté, Blake no ha vuelto a tomarme por tonta y ha pasado a convertirse en el maldito conejo de Alicia en el País de las Maravillas; puntual como un reloj, ha cumplido religiosamente con las sesiones estipuladas, incluso muchas veces nos salimos del horario marcado para ajustarnos a su situación laboral o personal. Sin duda y contra todo lo que hubiera pensado anteriormente, hemos logrado que nuestro acuerdo se haya consolidado y que funcione para ambas partes. El condenado no solo consiguió que corrompiera mi lugar precioso y de retiro, cuatro, cinco, seis y hasta diez veces, y menuda forma de corromperlo, jamás volveré a mirar los libros de Platón que apilo en las estanterías de la misma forma. Si esto es lo que significa tener sexo, no me extraña que exista gente que se vuelva adicta a él. Ninfómanas del mundo, jamás volveré a juzgaros, seguro que vosotras también os topasteis con algún Aiden Blake en vuestras vidas.
No obstante, y a pesar de nuestro acuerdo, eso no ha evitado que en este par de meses la forma que tenemos de relacionarnos haya cambiado, supongo que es cierto eso que comentan que el sexo labra la confianza, porque de alguna forma he conseguido establecer con él un leve vínculo al que todavía no me atrevería a llamarle amistad, pero que valoro y respeto.
Durante la clase de Derecho Mercantil, noto como me vibra el móvil en el pantalón, por lo que sin que el señor Peters se dé cuenta, lo extraigo y echó un vistazo rápido a la pantalla.
Mensaje entrante de Calientabragas
¿Qué haces mirando al infinito Moore? Concéntrate, recuerda que estás recogiendo los que serán mis apuntes.
Ruedo los ojos y tras tragarme mis propias palabras sobre el término amistad antes empleado, dirijo una mirada disimulada a la grada superior, en ella se encuentra observando impasible su teléfono. Decido responderle con un emoticono de un látigo, y me le imagino riéndose en silencio desde donde se encuentra sentado, no tarda en responderme:
