Capítulo 8 (Parte II): Aiden

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─Vaya, vaya

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─Vaya, vaya... pero... ¿a quién tenemos aquí? ─murmuro sardónico componiendo una sonrisa feroz. ─ Ya has movido tu ficha, Caperucita, ahora me toca a mí.

Su rostro demuda en una mueca de sorpresa tras las gafas que lleva siempre durante las clases, y una oleada de olor avainillado me deja parcialmente noqueado. Es muy ligero y agradable. No puedo creer que asistiendo con ella a clases después dos años jamás lo hubiera notado, pero claro hasta que no me había impuesto su presencia no es que hubiera reparado en ella. Apenas lo había descubierto mientras lo hacíamos, y quedé gratamente sorprendido con él. El único problema que tengo es que ahora debo concentrarme en darle una lección, y evitar distracciones como por ejemplo, su perfume. La sigo estudiando para intentar presionarla, y que se arrepienta, pero ella se limita a agrandar los ojos atónita y en mirar con rapidez hacia los lados buscando testigos de este encuentro. Parece que ni si quiera le afecta mi presencia, por lo que refuerzo mi acercamiento interrumpiendo su escaneo perimetral. Apoyo mis manos a ambos lados de su cabeza y por primera vez se fija en mí con expresión acusativa.

─¿Qué diablos se supone que haces Blake? Déjame salir ─susurra indignada soltando aire por la nariz como un toro. En esta ocasión el olor a vainilla se intensifica y me golpea en el centro, esta vez no me contengo y lo inhalo, concediéndome mi tiempo para responderla. El silencio suele pesar bastante en los intercambios comunicativos, y así lo confirma preguntando dudosa ─¿Blake?

─Entonces... ─comienzo intentando retener mi enfado. Se ha metido con mi trabajo, debo hacerla entender que conmigo no se debe jugar─ A ver cómo te lo explico.. Había una vez una niña que era muy muy curiosa...

─¿Hablas de ricitos de oro? No querrás ponerte hablar ahora de ese cuento ¿no? ─inquiere extrañada.

─Cállate Moore y atiende ─le ordeno acercándome hasta casi rozar sus labios, continúo con mi historia en un tono más bajo─ Un día descubrió algo que no debía, pero el tipo que formaba parte de su reciente descubrimiento, se sentía muy benévolo y decidió compadecerse de ella y perdonarle la vida.

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