Capítulo Final (Parte I): Aiden

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Me había defendido delante de mi padre

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Me había defendido delante de mi padre. Crystal Moore le había plantado cara a Daniel Blake y ni si quiera era consciente de la envergadura que suponía tal acción. Ni los accionistas mayoritarios de la empresa familiar, se atreverían a hablarle así a Daniel.

A raíz de la muerte de mamá, las cosas en mi familia cambiaron radicalmente. Mis hermanos y yo pasamos de poder jugar con libertad por todas las estancias de la casa a tener que encerrarnos en el cuarto de los niños porque Daniel no soportaba los ruidos infantiles.

Cam y Josh, quienes por aquel entonces tenían once y trece años, lograron acostumbrarse mucho más rápido que yo. Los síntomas del cáncer que habría ido menguado la fortaleza de mi madre les habían hecho ser conscientes años antes del poco tiempo que le quedaba, más no fue de esa misma forma para mí.

En ningún momento me planteé que mamá pudiera morir, ni si quiera la misma tarde en la que se fue de nuestras vidas.

Tenía tres años cuando le habían diagnosticado el cáncer de mama que se la llevaría seis años después. Durante el primer año, mamá trató de que ninguno de mis hermanos o yo nos percatásemos de su enfermedad, luchó con uñas y dientes para que nada cambiara en mi casa y pudiéramos crecer rodeados de la felicidad que trae la ignorancia.

Al principio, los tratamientos de quimio parecían que funcionaban, pese a que cada vez se fuera encontrando más cansada. Creo que Cam, por ser el mayor, fue consciente mucho antes que nosotros, porque tanto para Josh como para mí, no nos resultó extraño que se le cayera el pelo. Mamá nos había asegurado que se trataba sólo de un cambio de estilo para estar más fresquita en verano, incluso nos permitió tocarle la cabeza para que nos acostumbráramos a su tacto mucho más rápido.

Sin embargo, al tercer año ya no logró seguir manteniendo aquella farsa. Las recaídas aparecieron y vinieron acompañadas de los ingresos frecuentes en el hospital. Con ellos también se fue yendo la alegría de mi hogar.

Daniel comenzó a pasar menos tiempo en casa y la que hasta entonces había sido nuestra cuidadora ocasional, pasó a vivir con nosotros las veinticuatro horas del día. Desde los seis hasta los nueve años, aquel hospital se convirtió en mi segunda residencia. Las primeras semanas sentía terror ante las batas de los médicos, ya que siempre que había tenido que asistir a un doctor me habían hecho daño con las inyecciones que ponían. Por supuesto, aquellas paredes desprovistas de cualquier tipo de color no me ayudaron a terminar habituándome a aquel lugar.

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