30. Wiltshire

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Después de la ceremonia de los anillos, hay una pequeña tradición, en esta la chica acompañada de su suegra eligen juntas el vestido de bodas, mientras tanto el padre de la novia recibirá en su casa al futuro esposo. 

Mi vida parecía haberse arreglado de la noche a la mañana de una manera tan irreal que constantemente repasaba los hechos en mi mente buscando alguna trampa o  doble jugada, pero no, todo resultaba real, imposiblemente real. 

Apenas al día siguiente había recibido una carta de dos páginas de mi madre, en la que no mencionaba nada sobre nuestro último encuentro, solo quería recordarme  lo afortunada que era, que Gustave era  un santo para nuestra familia y por supuesto debía mantenerme a la altura, como una buena prometida. La segunda carta era la cita con fecha y hora de la decisión de mi vestido de bodas con la madre de Gustave.


Fue una mañana sabatina, bastante despejada, un carro ya estaba esperándome  frente al complejo, iba a ser la primera vez que salía oficialmente desde que llegue, exceptuando la obvia salida con Olivia la última vez. Andrew ya se había ausentado durante unos días, lo que significa que dicha reunión con sus suegros ya se llevo acabo.

La madre de Gustave, una mujer de mediana edad, bastante bien conservada y con facciones sobrias entallada en un traje sastre, me espera de pie junto a un elegante mercedes benz blanco.

Amelie, chèrie — me saluda con un beso en cada mejilla. — Que bueno es volver a verte.

— Madame Leblanc — sonrío — Igualmente. 

—  Oh, llamáme Camille. 

Respondo con una sonrisa. El chofer se baja rápidamente del auto y abre la puerta para subirnos, el interior huele peculiarmente a tabaco y colonia cara. El trayecto se va en anécdotas sobre restaurantes y compras en Paris, con un acento terriblemente difícil de entender. 

Pero finalmente, llegamos a la ciudad, que me sigue pareciendo igual de alucinante, salvo  que esta vez no indagamos en barrios de mala muerte, sino mas bien por barrios mas comerciales y exclusivos de Londres.

Bajamos sobre una gran avenida, desde la primera vez que había pisado la ciudad me había hechizado, la Londres de los años ochentas  tenía un ambiente de modernidad desconocida y fabulosa para mi, un ambiente cargado de resistencia y rebeldía. En los puestos de periódicos se repetía el  rostro de dos mujeres, la princesa Diana, por supuesto y la segunda era desconocida para mi ignorante mente. 

— Estos Ingleses, si que saben hacer política — se mofa la Sra. Leblanc que se había quedado parada a mi lado viendo los titulares tambien. — ¡Una mujer en la política! Sí que hay razones para entender porque el país está como esta. 

La miro un poco desconcertada. 

— Margaret Tatcher, primera ministra del Reino Unido chèrie, — me explica, señalando a la segunda mujer del períodico. —  deberías saberlo, al fin y al cabo, es tu país. 

Desvío la mirada avergonzada, no, no lo sabía y es que dentro de ese internado estoy tan aislada que ni siquiera sabía que era posible que una mujer estuviera al mando de un país. 

— El vestido lo he mandado a confeccionar, he traído a los mejores diseñadores de alta costura para que puedas tener un vestido a la medida, iremos ahí después de esto. Por ahora solo nos haremos cargo de detalles. 

 El resto de la mañana se va entre vitrinas y tiendas con diamantes, vestidos y zapatos. El día resulta ser ameno, la Sra. Leblanc es una persona vivaz y elocuente; hemos comprando un sinfín de cosas, no ha escatimado ni un poco al pagar ni para hacerme regalos,  pero el regalo que más aprecie fue el periódico, que a pesar de sus comentarios anteriores, noto  la curiosidad con la que veía los titulares de los periódicos  y sin que se lo haya pedido compro uno para mi.

Inocencia perdida (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora