Sabela
No he dejado de dar vueltas en la habitación durante toda la tarde debido a los nervios. No entiendo porqué nuestro padre nos preparó una habitación para Jacobo y para mí.
Durante las dos horas que estuvimos en la habitación, mi hermano me concedió espacio. No hablamos en ningún momento de lo que hemos venido a buscar a esta casa. Salió en varias ocasiones al jardín para fumarse un cigarrillo y el resto del tiempo estuvimos entretenidos con nuestros respectivos móviles.
He tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abalanzarme sobre él. La idea de compartir un cuarto con Jacobo resultaba demasiado tentadora.
Y ahora estamos aquí, los tres sentados alrededor de una majestuosa mesa y una deliciosa cena, como si fuésemos una verdadera familia.
¿Una familia? Podremos ser cualquier cosa, pero no eso. Empezando porque mi padre es un narcotraficante y terminando por la irremediable atracción que siento por mi hermano.
El sepulcral silencio se adueña de nosotros tres. Observo a Jacobo y la expresión de su rostro es rígida. Sus manos descansan dentro de los bolsillos de su sudadera y tiene las piernas estiradas. A simple vista, puede parecer una pose relajada. Pero intuyo que precisamente relajado no está. Aunque lo disimula muy bien, como siempre.
Por el contrario, el aura que envuelve a nuestro es de pura satisfacción.
Me mira con orgullo, casi me atrevería a decir que con cariño, aunque a Jacobo, no.
¿Por qué?
—Así que eres trabajadora social —afirma mi padre dirigiéndose a mí.
Sus palabras desatan mis recuerdos. Esa misma frase me la dijo Jacobo una de las primeras veces que nos vimos. A diferencia del tono que utilizó mi hermano en aquella ocasión, parece que mi progenitor tiene verdadero interés por saber más de mí, porque lleva un buen rato haciéndome preguntas de mi vida personal y profesional.
—¿Piensas seguir con estas mariconadas durante mucho tiempo? —interrumpe Jacobo.
Le reprocho su actitud con la mirada, aunque sé que a él no le importa lo más mínimo mi desaprobación. Observa a nuestro padre con una mezcla de indiferencia y hastío. Si es capaz de mirarle de esa forma, ¿qué es entonces lo que realmente le importa a mi hermano? ¿No siente ni una pizca de curiosidad por saber más cosas acerca de nuestro pasado?
—Solo trataba de romper un poco el hielo. —Mi padre bebe de su copa de vino y la sonrisa no lo abandona.
—Señor Quiroga... —agrego.
—Ricardo —me interrumpe—. Entiendo que no puedas llamarme padre, pero por favor, lo de señor me hace sentir como un abuelo —sonríe.
—Está bien, Señor Ricardo... —titubeo—. Quiero decir, Ricardo. Sé que nuestra visita le habrá tomado por sorpresa, pero necesitamos...
—Ya os lo dije cuando llegasteis. Sabía que vendríais a verme.
—Yo me largo. No sé que coño estoy haciendo aquí —protesta Jacobo, levantándose de la silla sin ningún tipo de educación.
—Espera, por favor —le ruego con ojos suplicantes—. No te vayas. Necesitamos respuestas.
—No creo que haya sido una buena idea haber venido hasta aquí.
—Sin embargo, aquí estás —añade nuestro padre, desafiándolo con la mirada.
Jacobo aprieta la mandíbula ante su afirmación. Sabe que tiene razón y no puede rebatir lo que le dice. Estoy segura de que en su interior se está librando una intensa lucha. Desea marcharse de aquí y olvidarse de todo esto, pero su corazón le pide que se quede y escuche hasta que nuestro padre termine de hablar con nosotros. Finalmente, opta por la segunda opción y vuelve a sentarse.

ESTÁS LEYENDO
ALGO NUESTRO
RomantizmSabela Ulloa viaja desde Pontevedra hasta Ribadavia, un pueblo situado en la comarca del ribeiro ourensano, para buscar a su verdadera familia. Sin embargo, solo encuentra a Jacobo Quiroga, su hermano mayor. Un hombre taciturno, de fuerte carácter...