ᴀᴛᴇᴇᴢ

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“Aurora”
Hongjoong

“Aurora”Hongjoong

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ꜱᴜɴ

ᴀᴜʀᴏʀᴀ
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Hongjoong siempre fue mi luz. Incluso si él no lo sabía, me salvó y lo siguió haciendo durante casi años. Nos conocimos cuando íbamos a la escuela primaria, luego él se cambió de colegio y perdimos el contacto. Cuando iba a último año de secundaria, volvió a aparecer, mucho más diferente al niño que yo recordaba. Llevaba cabello corto y teñido, y varios pendientes en las orejas. Me pareció extraño que me sonriera con confianza cuando recién nos conocíamos, pero me dijo quién era y pudimos hablar normalmente, sin incomodidad. Él siempre fue de aconsejarme y, también, de quedarse en un solo lugar. Yo siempre fui de moverme, probar cosas nuevas y viajar, a veces seguía sus consejos, otras no.
Estaba en mi décimo viaje al extranjero cuando mamá me llamó. Hongjoong había rechazado mi oferta de ir a Colombia y terminé yendo sola, con una pequeña foto de él, así "conocía" el país conmigo. Los horarios latinos eran diferentes a los coreanos. Mientras yo dormía, Hongjoong me enviaba mensajes preguntando qué hacía, hasta que dejé de recibirlos. En lugar de volver a recibir un mensaje de él, recibí una llamada de mi madre. "Hongjoong enfermó. Es grave". Esas cuatro palabras fueron suficientes para que cancelara el itinerario de mi viaje y estuviera sacando el pasaje de vuelta a Corea. Tenía que saber, debía saber, qué le pasaba. Era mi luz, no podía apagarse. No podía perderlo, ni yo a él ni él a mí. Y menos por una enfermedad.
Llegué a Corea y fue peor de lo que imaginé. Mucho peor. Cuando fui al hospital, me recibió su madre, diciendo la enfermedad que tenía, lo que provocó que mis esperanzas se fueran al subsuelo. "Cáncer de riñón. Necesitamos un donante". Como esperaban todos, incluso Hongjoong, me ofrecí para donarle un riñón, podía vivir con uno durante el resto de mi vida. "Lo siento, cielo, no podrás. Nos exigió no aceptarlo" las palabras de su madre me dolieron.

—¿Sunny?– murmuró Hong, haciendo que mirara la camilla.
—¿Qué pasa?– susurré, agarrando su mano por instinto. Sonrió vagamente.
—No mucho. Pensé que te habías ido.
—No puedo irme.
—Deberías.
—¿Por qué lo haría? Tú no me abandonaste cuando estuve en mis peores momentos, no voy a hacer lo contrario contigo.
—No es necesario, Sunny. Estoy bien, los médicos cuidan de mí.
—Si tú me salvaste, yo te salvaré a ti. Lo prometo– dije, firme. Su risa sonó apagada.
—Suenas como una niña obstinada. ¿Puedo preguntar algo?
—Claro.
—¿Qué harías si hoy fuera tu último día de vida?

Me quedé en silencio, con las máquinas sonando a mi alrededor. Haría muchas cosas. Decirle cuánto lo quiero, arreglar problemas con las personas que se alejaron de mí. Lo miré y suspiré.

—Dime qué harías tú– pedí.
—Solucionar los problemas con las personas que fueron especiales para mí– su voz era un susurro, como si me estuviera contando un secreto.
—Yo haría lo mismo. ¿Nada más?
—Te pediría perdón. Y te diría cuánto te quise, te quiero y te querré.
—¿Perdón por qué?
—Por no haberte dicho nada de la enfermedad. Y por ser tan cobarde de no decirte todo lo que quiero.

No podía hacer ni decir nada, las lágrimas caían por mi rostro mientras él hablaba. Hongjoong sabía que no lo lograría, al menos, no más de tres días, y se estaba abriendo con sus sentimientos. Apretó mi mano y dijo mi nombre, haciendo que lo mirara, secándome las lágrimas.

—No llores, boba. Lo superarás.
—No lo creo– apoyé la cabeza en las sábanas de la camilla y cerré los ojos con fuerza–. No lo haré, y no me permitiré hacerlo.
—Sunny, no seas tan terca. Vas a superarlo.
—No. Tampoco voy a olvidarte.
—Ey, mírame– susurró. Levanté la vista y vi su sonrisa de costado, una sonrisa cansada–. Te quiero, Sunny. Eres lo mejor que me pudo pasar en la vida. Sé que suena a cliché, pero es cierto. Gracias por ser mi aurora.

Sus últimas palabras me terminaron rompiendo, lo que provocó mi llanto en voz alta. Una de sus manos tocó mi cabello y alguien golpeó la puerta, haciendo que me guardase las lágrimas y el dolor. Entró su madre y nos miró con una sonrisa apenada.

—Sun, necesito hablar con Hong, ¿puedes dejarnos solos un momento?– preguntó
—Sí, no hay problema– asentí, en contra de mis pensamientos.

Esa fue la última vez que sentí su tacto contra el mío, haciéndome saber que él estaba junto a mí. Esa fue la última vez que lo vi, a él y a su sonrisa y sus ojos brillantes.
Lo perdí luego de cuatro días. No me dejaban ir a verlo y a él no lo dejaban llamarme o hablar conmigo, aunque no tenía fuerzas. Luego de unos meses de mi pérdida, me llegó un correo a mi departamento, a nombre de él. Pensé que era una broma pesada, pero era un regalo junto con dos cartas: una escrita por su letra y la otra por su madre. Abrí la de ella primero. Tenía una explicación del porqué del regalo y porqué no me lo dieron cuando Hongjoong estuvo con vida. Abrí la de Hongjoong y, mientras la leía, sentí que mi corazón se partía en pedacitos. Aún más.

Gracias por iluminarme en mis peores momentos. Fuiste lo mejor de mi vida, y siempre te busqué, en cualquier lugar. Eres y serás mi aurora, pase lo que pase, estés dónde estés. Eres la luz que me guiará a cualquier lugar que vaya. Te amo. Hongjoong.

El regalo era un álbum de fotos, lleno de fotos de ambos juntos y de ambos separados. También habían imágenes con frases y nuestros mensajes. Le quedaban unas diez hojas sin fotos, en la primera había un mensaje. “Llénalo con fotos tuyas, fotos de los lugares que vayas, las personas que conozcas. Haz tu vida, hazlo por mí.” Obviamente cumplí su pedido, siempre llevando una foto de él conmigo para que conociera el país al que viajé. No iba a olvidarlo. Y no lo hice.

𝕆ℕ𝔼 𝕊ℍ𝕆𝕋𝕊 (en curso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora