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Mientras estamos en un templo japonés de un dios cuyo nombre no recuerdo, veo uno menor a unos diez pasos de distancia, así que me alejo de mamá y voy hacia él, en silencio. Se ve sucio y vacío, como si no hubieran apreciado a su dueño como es debido. Veo una placa de arcilla con algo escrito y lo limpio, para leerlo con facilidad.
—¿Qué encontraste?– pregunta mamá, apareciendo a mi lado. —Un templo abandonado. ¿Por qué crees que esté así?– digo, mirándola mientras me limpio la mano en el pantalón. —Quizás un dios poco importante. ¿Qué dice ahí? —Aún no lo leo. ¿Y si hizo mal a la humanidad y me cae una maldición? —Sabes que eso no es cierto, hija. Léelo, luego me cuentas qué dice.
Miro el objeto, en silencio. No puedo leer y traducir al mismo tiempo, ya que me confundo con los significados de las palabras, así que lo haré en mi mente. "Aquel Dios cuyo reino son los árboles de flores rosadas, cuya alma gemela fue encerrada en un cuerpo mortal, despertará cuando ésta sea encontrada. Hasta entonces, será exiliado y olvidado en la infinidad del Universo, donde los que lo recuerden lo harán como a una mala memoria vivida". Frunzo el ceño. ¿A quién hizo tanto daño como para que lo condenaran así? Levanto los hombros y dejo uno de mis dulces en la bandeja, junto con uno de los papeles que mamá compró para adorar a los dioses. Siento un frío que recorre mi columna vertebral y me estremezco, pero lo atribuyo al ambiente de hoy.
—¿Y?– pregunta. Niego con la cabeza. —Un dios olvidado y que fue rechazado, así que nadie lo recuerda– digo–. ¿Vamos a casa? —Vamos. Debo descansar, mañana tengo una reunión. —Cierto...
Mamá trabaja en la ONU, lo que la trajo hasta aquí, así que casi no está en casa, lo que me deja sola la mayor parte del tiempo. Llegamos a Tokio hace una semana, que es el tiempo que le dieron para acomodarse y acostumbrarse al lugar. Ahora debe comenzar su trabajo de nuevo, mientras que yo empiezo a estudiar en la escuela y a aprender un poco más de japonés y dibujo, así que ambas estamos ocupadas.
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