Capítulo 14: Problemas

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Apenas una semana después, a Nate le llegó una carta de su madre. Había problemas que ninguno de los dos se había esperado.

Nate había estado alojándose durante todo aquel tiempo en casa de los Anker porque Cahir le había impedido marcharse. Un día se había encontrado con todas sus cosas en su habitación y había quedado claro que se iba a quedar ahí el tiempo que estuviera en Viacce. Sin embargo, no había esperado que tuviera que irse tan pronto.

Al recibir la carta de su madre se había alterado mucho y había maldecido en todos los idiomas que sabía y en algunos que se inventó por el camino. ¡Maldito conde! Incluso muerto conseguía joderle la vida.

Cristian estaba con él cunando le llegó la carta e hizo todo lo posible por calmarlo, pero lo único que hubiera tranquilizado a Nate en ese momento habría sido tener al conde delante de él y poder matarlo con sus propias manos.

Cuando se hubo serenado lo suficiente como para no parecer un loco, se despidió de Cristian y decidió buscar a Cahir Anker y explicarle la situación y los motivos de su repentina marcha. Preguntó a una criada, que lo condujo hasta un despacho grande y bien iluminado, con paneles de madera oscura y suelo de madera. Los muebles eran grandes y pesados, y una de las paredes estaba cubierta por una fila de estanterías que iban del suelo al techo, repletas de libros.

—Nathaniel, ¿qué haces aquí? —preguntó Cahir con una sonrisa amable. Le indicó que se sentase en la silla que había delante del escritorio.

Nate se dio unos golpecitos con la carta en la mano y, sin saber —ni querer—, responder a esa pregunta, alargó el papel al hombre, que lo miró extrañado pero aun así lo cogió y lo leyó en silencio. Al terminar, soltó un bufido.

—Vaya, no sé si darte la enhorabuena o sentir pena por ti —dijo mientras le devolvía la carta.

—La segunda, en este caso —admitió Nate. Suspiró sin darse cuenta al sentarse por fin en la silla.

—¿Conoces a la chica?

—Un poco. Era amiga de mi hermanastra Cassandra. La verdad es que nunca me cayó bien, siempre me parecía demasiado puritana y seca, nada amable con la gente que no pensaba igual que ella.

—Y tú no piensas como ella, ¿a qué no?

Nate soltó una carcajada.

—No. Creo que soy todo lo contrario a ella. Tal vez por eso mi padrastro la eligió para que se casara conmigo. —Nate se frotó los ojos y volvió a suspirar.

—¿Y qué vas a hacer? Porque dudo mucho que entre tus planes esté el casarte ahora, y menos con una chica que te cae mal —apuntó Cahir agudamente.

—Cierto, no está en mis planes. Tendré que volver a Bouçon e intentar terminar con esto cuanto antes. Ojalá este viaje no terminara de esta forma, la verdad.

—No te preocupes, seguro que irá todo bien —lo animó, aunque en ese momento nada podía animarlo.

—Graciar, señor Ank... Cahir —rectificó al ver el rostro del hombre. Se estrecharon la mano a través del escritorio y Nate se marchó después de decirle que se iría de la casa a más tardar esa tarde porque no podía esperar más tiempo.

Estaba dirigiéndose a su habitación bastante distraído cuando se chocó sin querer con una Andra que tampoco estaba prestando mucha atención al caminar.

—¡Lo siento! ¿Estás bien? —le preguntó mientras se agachaba raudo para recoger el libro que se le había caído.

—No pasa nada, yo también estaba distraída —desdeñó Andra con una sonrisa. La chica debió darse cuenta de que no estaba de muy buen humor, porque le preguntó—: Nate, ¿qué te pasa? No tienes buena cara.

El legado de las ninfasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora