Viacce era una ciudad desordenada, caótica y gritona. A Nate le encantó nada más bajar del carruaje, algo que le extrañó porque esas tres características también las tenía Allsau, y él la odiaba. Sin embargo, a lo largo del día, se fue fijando en las grandes diferencias que había entre ellas.
La principal era el tiempo. Allí donde Allsau era toda lluvia y mal tiempo, en Viacce brillaba el sol durante todo el día y eso parecía hacer a la gente mucho más animada y feliz.
La segunda era, por supuesto, la gente: eran amables incluso con los desconocidos y los extranjeros.
Por último, el color. Viacce parecía una explosión de color, desde las puertas de las casas hasta los colores de las ropas. Por primera vez en su vida, Nate se vio extraño usando aquellos colores tan sobrios que se llevaban en Bouçon, así que lo primero que hizo fue buscar una tienda de ropa y comprar de todo, desde zapatos y medias hasta una chaqueta y un chaleco nuevos que debían mandarle aquel mismo día.
Cuando salió de la tienda se decidió a ir a la casa que su tío Leopold había preparado para él. Gracias a sus contactos con muchos comerciantes de muchos lugares distintos, le había conseguido una casa en el centro de la ciudad donde poder quedarse el tiempo que deseara.
El corazón de Viacce se llamaba la Plaza Dorada porque el suelo de mármol blanco estaba cruzado por finas y largas líneas de oro que se unían en el centro exacto, donde dos estatuas enormes se alzaban con orgullo. La gente pasaba a sus pies sin prestarle atención, seguramente cansados de tanto verlas, pero Nate, que jamás había visto nada semejante, se acercó con la boca abierta. Jamás había visto unas estatuas tan realistas.
Eran un hombre y una mujer, desnudos excepto por una sábana de piedra que les cubría la mitad del cuerpo. El escultor había conseguido darle a la tela un efecto translucido, algo que hasta el momento no sabía que fuera posible.
—Es impresionante, ¿cierto? —le dijo una voz detrás de él en catasí. Nate se giró a toda prisa con una mano ya lista en el puñal que llevaba escondido en el interior de su manga. Se encaró con un joven que sería uno años mayor que él.
De un solo vistazo supo que era noble, porque su ropa se notaba que era cara y tenía broches de perlas y oro que combinaban con su cabello dorado y un par de ojos de color marrón claro.
Más relajado, Nate asintió con la cabeza y miró de reojo a las estatuas.
—Son Ella y Agin, los fundadores de la ciudad —le explicó el joven. Después, levantó una mano y la tendió hacia él—. Y yo soy Cristian Cael, encantado.
—Nathaniel Sokal—respondió él, estrechando la mano del hombre.
—¿No eres de aquí, verdad? Se te nota, tienes bastante acento.
—Soy de Allsau —dijo Nate en el mismo idioma. Podía no ser muy bueno en muchas cosas, pero los idiomas para él no tenían ninguna dificultad. Dominaba su natal ansbachy, bouces, catasi y el banem; además, estaba estudiando el agnarre, de la lejana isla de Elru.
—No tienes acento de Allsau.
—Bueno, nací en Beldava. Supongo que todavía tengo acento de allí —respondió con rapidez.
El hombre asintió, miró hacia arriba, a las estatuas; después, bajó la mirada hacia él con una sonrisa.
—Si quieres puedo enseñarte algo de Viacce cuando tengas tiempo. ¿Vives cerca?
—Me estoy quedando en una casa cercana.
—Pues si te interesa, yo vivo en la Calle del Mar, por allí —Cristian señaló a una de las calles que salían de la plaza—. Número diecisiete.
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El legado de las ninfas
FantasyNathaniel y Andra tendrán que sobrevivir en un mundo en el que es imposible esconderse de los cazadores. *** En un mundo convulso, Nathaniel tendrá que sortear los diferentes problemas que me sacudirán la vida de mano de su familia y de Andra, su es...